La turbulencia mediática respecto al tema de la ley que reglamenta la selección y adquisición de textos escolares redujo el debate a considerar que el éxito del quehacer educativo dependía de los textos escolares que se escogiesen y de su costo. Quizá ahora sea el momento para poner paños fríos al debate para comprender las dimensiones pedagógicas involucradas en el tema.

Empecemos por señalar que en el futuro cercano no se usarán más textos escolares impresos. Todo el material será digital, se bajará de internet o de las aplicaciones ya existentes en las tabletas electrónicas (tipo iPad o similares).

En el presente, para quienes creemos en la educación activa, el desarrollo del pensamiento crítico, el debate en el aula, el trabajo en equipo y el rol del profesor como orientador, en tanto se requiera aún el uso de textos escolares impresos, lo deseable sería disponer de una variedad de textos, libros y materiales impresos junto con recursos digitales para que cada alumno consulte los que desee. Lo importante es que haya una buena presentación del tema por parte del profesor, seguida por una amplia discusión en clase y luego las consultas a diversas fuentes, tanto en clase como a distancia desde la casa.

¿Y qué hay respecto a la adquisición de textos escolares? El valioso informe McKinsey da una buena pista. Muestra que el texto escolar cumple funciones distintas en sociedades distintas. Por ejemplo en países o poblaciones muy desarrollados, el textos escolar es uno más de diversos materiales disponibles para el aprendizaje, cuya orientación está a cargo del docente autónomo (el Ministerio de Educación ni se mete). En el otro extremo están los países muy poco desarrolladas, con maestros con formación precaria, para los cuales el texto escolar es una “guía para el quehacer rutinario del maestro” el cual señala pautas muy rígidas respecto a las secuencias a seguir para desarrollar sus clases, dándole a los alumnos el soporte necesario para su auto aprendizaje. Esos textos escolares deben ser atractivos, coloridos, interactivos, permitir el ahorro de tiempo evitando el “copiado en los cuadernos” para trabajar directamente sobre el material impreso.

El Perú combina tres realidades que pretenden ser regidas por el Ministerio de Educación y el Congreso con una sola ley y un reglamento uniformizador para los 90,000 colegios existentes. Estas tres realidades son: 1) Colegios privados y públicos que cuentan mayoritariamente con maestros muy calificados (tanto urbanos como rurales) que inclusive pueden prescindir de los textos, crear su propio material o disponer de cualquier libro o impreso, porque sabrán qué hacer (como en Finlandia o Canadá). 2) Colegios que cuentan mayoritariamente con maestros calificados a nivel intermedio, que dominan los temas y tienen la capacidad suficiente para introducirlos, pero no tienen la creatividad ni iniciativa para arreglárselas sin un libro que les marque una ruta para la enseñanza, y que además deben enfrentar un currículo uniforme y extenso, planes de estudio y estándares rígidos, escasez de tiempo de clases, etc. (como en China, EE.UU., Uruguay). 3) Colegios que cuentan mayoritariamente con profesores pobremente formados, sin gran conocimiento de los temas a enseñar (que cometen errores garrafales inclusive), con escaso tiempo disponible para dedicarlo a la escuela y que dependen 100% del texto escolar (como en Venezuela, Albania, Sudáfrica).

La política educativa ideal debería permitir que cada colegio escoja el tipo de textos interactivos y de consulta así como las estrategias que les den más seguridad a los profesores, para que les den a los alumnos lo mejor que puedan (como lo hace el Ministerio de Educación al repartir textos escolares a todos los alumnos de la escuela pública, la mayor parte de ellos interactivos y fungibles, de un solo uso).

Comprender esta diversidad y la complejidad de intentar una respuesta única a un universo tan heterogéneo requiere flexibilidad, dejar de lado la demagogia y legislar poniendo énfasis en reconocer la diversidad, respetando la gestión pedagógica de cada colegio, dándoles la oportunidad para que cada uno se adecúe a aquello que es más pertinente para su realidad. Lo contrario, lo único que hace es anclar a todos los colegios rígidamente en modelos pasados y frenar la innovación, tanto de los colegios como de la industria editorial.

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Informe de Educación de Hugo Díaz (INIDEN) sobre los textos escolares que distribuye el MineduReplantear el sistema de adquisición de textos. Países vecinos, como Brasil y Chile, han buscado soluciones a este problema creando mecanismos de producción y distribución de textos escolares transparentes y que se integran a los procesos de ajuste curricular y de capacitación docente. Así, por ejemplo, en Brasil, el proceso dura aproximadamente tres años y se inicia, durante el primer año, con la definición de los cambios curriculares que orientarán la producción del nuevo material. El siguiente paso es la convocatoria a las editoriales para que elaboren sus propuestas. Las mismas deben presentarse en formato estándar, sin ninguna señal que permita identificar al autor. El tercer paso es la revisión de cada propuesta de texto por especialistas de la academia seleccionados con reserva y que desconocen quién es el autor del texto que evaluarán. Todos los textos que logren una evaluación satisfactoria son difundidos en ferias estaduales y locales en donde directores y docentes expresan sus preferencias, concluyéndose con un ranking de los textos mejor valorados. Es a partir de ese momento que se inicia una nueva etapa: la negociación económica.

EL FUTURO DE LOS CONTENIDOS EDUCATIVOS El libro de texto, tal y como lo conocemos, irá perdiendo su importancia y se transformarán en formas más adecuadas para un contexto digital (calcula que entre el 60 y 80% de todos los contenidos de aprendizaje en venta serán digitales), como el acceso móvil (el 90% de los estudiantes americanos tienen poseen un móvil con el que po-der acceder a sus materias de estudio). A su vez, el aprendizaje online alcanzará el 50% de los cursos de educación superior.

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