Cuando hablamos de enseñar a razonar, muchos padres y maestros no logran captar con precisión qué significa eso. Asumen, por ejemplo, que bastaría que un alumno sepa resolver los problemas de matemáticas del libro o las preguntas de comprensión lectora de un texto para que con ello el alumno evidencie su capacidad de razonar. En realidad, eso podría estar reflejando la capacidad de aplicar a los problemas nuevos los procedimientos aprendidos en problemas anteriores, o la aplicación de los mecanismos de respuesta típica a las preguntas de comprensión lectora.

Quizá un ejemplo ayude a entender por qué eso no significa que el alumno esté razonando con criterios propios. Veamos si los alumnos que egresan del colegio podrían contestar preguntas no estudiadas en el colegio como ¿por qué un avión vuela a 11,000 metros de altura?; ¿Cómo funcionan las píldoras contra el soroche?; ¿Cómo ocurre que las personas expuestas a la radiación solar desarrollan cáncer a la piel?; o preguntas sobre el futuro ¿Qué escenario podría darse para que se inicie una tercera guerra mundial?; ¿Qué pasaría si mañana se descubriera un sintético capaz de sustituir al petróleo?; ¿Qué pasaría con la economía mundial si la gente viviese 100 años en promedio?

Lo usual es que no puedan ensayar hipótesis ni contestar las preguntas porque “no se lo han enseñado en el colegio” a pesar que todos los ingredientes requeridos para las respuestas están en el currículo escolar.

Para entender la acción limitada de los docentes tradicionales podría servir la analogía con el caso del entrenador de un gimnasio. Usualmente ha aprendido en sí mismo, de sus antecesores y entrenadores, las rutinas de los ejercicios que debe desarrollar para cultivar su estado físico y fortaleza muscular. Con los alumnos a los que entrena, aplicará lo aprendido, quizá con algunas ligeras variantes, pero en lo esencial, repitiendo y aplicando lo que aprendió de sus propios entrenadores.

Pero, ¿qué ejercicios debería hacer una persona que tiene una lesión a la rodilla o escoliosis?; ¿por qué no se debe hacer ejercicios inmediatamente después de almorzar?; ¿qué ocurre cuando no se calienta el cuerpo antes de hacer un esfuerzo mayor?; ¿qué rutina de ejercicios sugeriría para alguien al que le acaban de amputar la pierna?

Todas son situaciones en la que se puede aducir que “eso no me lo han enseñado”. Sin embargo, hay que encararlas y resolverlas. Para eso hay que tener una buena idea de cómo funciona el cuerpo desde el punto de vista cardiovascular, muscular, neurológico, fisiológico, bioquímico, y razonar sobre las situaciones no rutinarias para poder ofrecer la mejor opción de cuidar la salud. ¿Cuántos entrenadores podrían hacer eso?

Solamente aquellos que han aprendido a razonar respecto a lo que ocurre en el interior del cuerpo con cada ejercicio y con la secuencia de ejercicios que se proponen para un entrenamiento.

Los empleadores de hoy se quejan sistemáticamente que los profesionales y trabajadores no calificados a los que contratan “no saben pensar”. Se refieren a aquellos que pese a tener altas calificaciones de las instituciones en las que se formaron, no son capaces de salirse de las soluciones estándar a los problemas, y tienen serias dificultades para imaginar soluciones para problemas nuevos nunca antes vistos. No es por falta de conocimientos necesarios, sino por falta del razonamiento original y creativo que demandan los problemas complejos y por la falta de confianza en sí mismos y de un espíritu innovador que pueda encarar de manera original los problemas que se suscitan cotidianamente en el mundo del trabajo.

El siglo XXI demanda gente capaz de pensar. Por lo tanto, la escuela del siglo XXI debe focalizar sus estrategias pedagógicas para cultivar en los alumnos su capacidad de pensar e imaginar soluciones a problemas nunca antes vistos. Eso es lo que diferenciará a un buen profesional de aquel que se limita solamente a aplicar lo antes aprendido.

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