Recientes propuestas de Pedro Castillo han sido cuestionadas, aunque son enunciados no tan originales; y en mi caso, también han sido parte de sugerencias para la educación peruana.

Pedro Castillo propone el ingreso libre de los egresados de secundaria a la universidad -como expresión de igualdad de oportunidades- y la existencia de currículos regionales -como expresión de la voluntad de cada región para definir la educación de su población.

En mi caso, los mismos enunciados tiene contenidos muy distintos que procuraré precisar.

Mi columna “Ingreso directo a las universidades” (Correo 23/04/2021) pregunta retóricamente “¿Qué pasaría si todos los egresados de secundaria pudieran ingresar a las universidades sin dar examen de ingreso alguno, y que sea la universidad en el primer ciclo la que se ocupe de determinar quiénes son competentes para continuar los estudios superiores en esa universidad (lo cual en buena parte puede llevarse online para no inflar costos de infraestructura)? Así se reemplazarían las famosas PREs, academias o el ingreso al ciclo cero de las privadas, así como los retrógrados exámenes de ingreso, y se terminaría con el condicionamiento a los colegios para que entrenen a sus alumnos en función del ingreso universitario, que es lo que los lleva a desistir de prestar atención a lo que es mejor como educación básica para los niños y adolescentes escolares.

Con eso se les quitaría a los colegios la misión de usar como meta el examen de ingreso y con ello la obsesión por las notas para establecer promedios y órdenes de mérito, que convierten a los colegios en los pre-seleccionadores de los ingresantes; se bajaría el estrés por las notas en la secundaria y se contextualizaría la evaluación de los estudiantes en función de lo que cada universidad considera relevante de un estudiante para continuar en su seno con los estudios superiores.

Como se observa, el objetivo es desligar la educación secundaria de la responsabilidad de preparar postulantes y hacer los rankings entre ellos, para ocuparse de lo que es la educación propia de los adolescentes, -y donde se pueda, ofrecer salidas laborales-, y que sea la universidad la que haga el trabajo de identificar a quiénes de los que desean ser universitarios realmente tienen la capacidad para hacerlo. Pretender que eso es posible con un absurdo y retrógrado examen de ingreso de 3 horas con respuestas prefabricadas para marcar, cuyos resultados no guardan mayor relación con los méritos y el potencial universitario de los egresados de la secundaria, es lo que debe ser confrontado.

En cuanto a los currículos regionales, en mi columna “Reformas educativas que suman cero” (Correo 19/03/2021) sostenía que “El currículo nacional, lineal, segmentado, predecible, unitario, mecanicista ya no sirve para estos tiempos”…. “Queda entonces la pregunta de cómo podría ser un currículo alternativo y me quedo con la sugerencia de Yong Zhao de tomar el perfil de cada individuo como la unidad de construcción de un currículo personalizado. Sugiere tomar de la carga curricular un 30% para que sea definido por el gobierno (de manera nacional) para garantizar que las personas sean funcionales a la sociedad en la que viven. Pero no es eso lo que hace que sean exitosos. Hay otro 30% que tiene que adecuarse a las realidades culturales particulares de cada país, con sus tradiciones, economía, realidades sociales, y en particular a la cultura local de cada colegio. Y eso deja un 40% de la carga curricular para que cada alumno determine qué quiere estudiar, investigar, profundizar. Así, daríamos paso a un currículo alumno-centrado”.

Como se observa, el objetivo no es bajar el currículo único del nivel nacional -que es muy denso y trata a todos los alumnos por igual- al nivel regional (que a su vez abarca en promedio 2 a 3 mil colegios diversos por lo que un mismo currículo regional no respetaría las diferencias). Se trata de modificar el diseño curricular en función a una concepción educativa alumno-centrada que requiere una alta dosis de autonomía escolar.

Esa concepción que apuesta por la autonomía escolar y da la opción a los alumnos a escoger una parte de las áreas de sus aprendizajes, respetando sus intereses, fortalezas y vocaciones, dándole peso a cada colegio en la decisión de cómo desarrollar el currículo que atienda las realidades locales y los intereses de los alumnos. En suma, pasar de un currículo estatista totalitario nacional único y uniforme para todos los alumnos por igual, -que desconoce las diferencias entre colegios y entre alumnos- a un currículo diversificado hasta el nivelde cada colegio y cada alumno.

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