Cuando alguien quiere saber qué pasa con temas de Defensa o Interior como el de Artemio o Kepashiato, busca las opiniones de analistas de todo el espectro político y académico como Gorriti, Rospigliosi, Antezana, Vargas, Yaranga o Tapia, porque las versiones de los ministerios del Interior y Defensa usualmente son tardías, vagas e imprecisas. Los hechos suelen darle la razón a estos analistas bien informados, lo que retroalimenta la falta de credibilidad en el gobierno.
Agreguemos a ello las tomaduras de pelo oficiales como la del Ministro de Justicia y Jefe del INPE que explicaban que en Piedras Gordas no se puede garantizar la seguridad de Antauro Humala pero sí la de Víctor Polay, Miguel Rincón y Feliciano, por lo que es preferible tener en la Base Naval a Antauro Humala que a los líderes del MRTA o SL condenados a cadena perpetua.
Sumado a ello, en semanas recientes las autoridades han dado explicaciones difusas y evasivas sobre el suicido del cadete de la policía César Alcalde Calderón (19) dentro de la Escuela de Oficiales de la Policía Nacional en Chorrillos, y la muerte del mayor FAP Jorge Olivera Santa Cruz en la Base Aérea de Las Palmas.
Estos no son asuntos aislados. Ollanta Humala arrancó su gobierno con un “pecado original” a semejanza de Alberto Fujimori que hizo el “shock” sobre la promesa electoral del “no shock”. Humala ganó las elecciones en la 2da vuelta con la “hoja de ruta” liberal, montándose sobre los votos que consiguió en la primer vuelta con “la gran transformación” estatista, cuyos aliados de entonces son sus actuales opositores (como Gregorio Santos en Cajamarca). El hecho que las clases medias y altas del Perú estén tranquilas con el cambio ocurrido con Humala no implica que no exista una dosis de sospecha sobre la falta de consistencia entre lo que piensa, promete y realiza, que afecta la credibilidad presente y futura del gobierno.
Sumemos a ello el papelón y falta de reflejos frente al caso de su hermano Alexis y su sospechoso viaje a Rusia, seguido del episodio de “las Brujas de Cachiche” de su 1er vicepresidente Omar Chehade quien descubierto el 5 de octubre se tomó hasta el 17 para dar una explicación extrañísima que ni siquiera los miembros de su bancada creyeron.
No menos chocante fue la reacción del presidente Humala en la entrevista con el periodista Jorge Ramos de Univisión. Ante la sencilla pregunta de si iría a la reelección, se negó a contestar de manera inequívoca, reaccionado hostilmente contra el periodista. Días después hizo una vaga rectificación por twitter y CNN.
El gobierno tiene que entender que la enorme cantidad de conflictos sociales que hay en el país tienen un fuerte componente de falta de credibilidad en la autoridad gubernamental, que lleva a que los pobladores exijan la presencia de un ministro o el propio presidente para firmar actas de acuerdos para desistir de sus medidas de fuerza, o inclusive desconocer autorizaciones oficiales como el de Conga.
Poco ayuda la ausencia de la palabra del presidente cuando las “papas queman” y que se haga presente solamente para la foto en situaciones de éxito como la del rescate de los mineros ilegales de Ica o la liberación de rehenes en Kepashiato (operación que pese a los muertos y heridos de las FF.AA. y PNP sin ninguna captura de terroristas fue calificada por él como impecable), porque eso lleva a la gente a sentirse manipulada y engañada por el gobierno.
Desde el punto de vista educativo, el peor ingrediente para el desarrollo seguro y ético de los niños y jóvenes es la falta de credibilidad en sus padres, profesores y autoridades. Para los empresarios, no poder creer en la limpieza de las licitaciones, la justeza de las resoluciones judiciales o la validez de las promesas gubernamentales es fatal para incentivar las inversiones.
El Perú necesita un shock de credibilidad. Decir la verdad, no importa el costo político de corto plazo. El beneficio político y ético de largo plazo es invalorable.
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