En América Latina usualmente hay una efecto imitación o dominó por el que lo que ocurre en un país suele repetirse en varios otros, considerando sus diferencias de contextos. Algo similar a lo que ocurre cuando se publicita mediáticamente algún suicidio o crimen escolar, lo que anima a hacerlo también a otros que estaban considerando hacer lo mismo.

Los levantamientos populares ocurridos en secuencia en nuestros países vecinos Ecuador, Chile, Bolivia y Colombia (sin contar los que ocurren en Francia, España, Hong Kong, entre otros que reciben gran cobertura mediática) dejan en el tintero la pregunta ¿podrá ocurrir masivamente en el Perú, que por ahora lo ha tenido muy focalizado principalmente en la zona de Arequipa?

Las razones del descontento son más o menos las mismas, así como su carácter explosivo e inesperado, aunque en cada contexto el estallido ocurre a partir de otro pretexto. En el Perú podría haber sido el levantamiento del velo de Lavajato o más recientemente la constatación de las formas tan burdas por las que empresarios muy poderosos ponían dinero de manera ilegal en manos de los candidatos a las elecciones. Pero no ocurrió.

Las razones de la latencia (de su no explosión en el Perú) son motivo de análisis desde diversas argumentaciones y ángulos: la desarticulación tradicional de la sociedad peruana fracturada étnica, social, política y geográficamente lo que dificulta la existencia de redes de pares que sintonicen a la vez; la experiencia ya vivida y aún traumatizante de la presencia nefasta de Sendero Luminoso y los diversos gobiernos dictatoriales que a lo largo de la historia han dejado una huella de intimidación en la gente, -una especie de socio-conformismo-; el efecto secundario de la enorme informalidad que hace que buena parte de los peruanos se las arregle fuera de la normatividad estatal y desarrolle otro tipo de expectativas y demandas para que los dejen hacer sus cosas en paz; etc.

Nadie puede saberlo porque además hay también efectos del azar en ciertas coyunturas explosivas. Lo que parece evidente es que esta vez la cercanía de las elecciones congresales del 26 de enero intermediada por las festividades de fin de año, han servido de tabique para contener el efecto imitación que viene desde los vecinos. Se suma a eso el hecho que ya hubo un cambio de presidente, que es algo que se reclama en algunos de nuestros países vecinos.

Lo que estamos viendo en las listas de candidatos al Congreso es que cada partido está colocando en los primeros lugares a figuras conocidas (inclusive algunas con notorias manchas éticas y judiciales) que sirvan de locomotora al sector de simpatizantes que pudieran arrastrar. Eso implica que la conformación del nuevo congreso será un archipiélago de subgrupos con intereses particulares que no serán muy distintos a los que había antes, aunque en proporciones distintas.

A su vez, habrá un pequeño núcleo de congresistas más socialmente responsables y sensatos que podrían constituir una masa crítica suficientemente fuerte de políticos bien intencionados capaces de liderar al Congreso para alinearse con el Ejecutivo y sacar adelante las decisiones más urgentes para atender nuestros atrasos y necesidades de reforma.

Sea ese o no el caso, el Ejecutivo tiene que tener preparado un menú de proyectos y propuestas legislativas a ser vistas de inmediato en el Congreso que permitan avanzar a paso veloz en todo aquello que genera malestar ciudadano. Por su parte esos congresistas que ya se reconocen entre sí, deberán ir tejiendo una malla de contactos inclusive pre electorales para asegurarse que ni bien se instale el Congreso, operen con eficacia. De lo contrario, será difícil que salvarse nuevamente por la campana a la espera de las nuevas elecciones del 2021.

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