Lamentablemente hay padres y madres que aún no toman conciencia del daño que son capaces de causar a sus propios hijos en aras de un beneficio económico

¿Qué vida le espera a un padre que mata a sus propios hijos? Supongamos que un empresario minero radicado en Lima, desatiende la eliminación adecuada de los residuos nocivos de la producción minera en la sierra, los cuales terminan contaminado los ríos o el aire. Estos elementos tóxicos podrían llegar a Lima por acción del viento, la lluvia o las aguas de los ríos y como consecuencia de ello enfermar o matar de cáncer a alguno de sus propios hijos.

Supongamos que un alcalde o alto funcionario ministerial autoriza el uso de un edificio público, puente o carretera pese a faltarle condiciones de seguridad, por el cual luego circularán sus hijos; éstos podrían ser luego las víctimas fatales de algún accidente. Supongamos que un juez corrupto deja en libertad a un ladrón, violador o traficante; sus acciones delictivas, una vez liberado, podrían causar la muerte de algún joven, incluyendo el propio hijo o nieto del juez. Supongamos que los dueños de un pub o licorería permiten el expendio de drogas o alcohol a menores de edad, como consecuencia de lo cual algún consumidor podría producir un accidente fatal en el que su propio hijo o hija podría convertirse en la víctima. Supongamos que los propietarios de una discoteca permiten que ingrese más público que el debido, sin asegurar las medidas de seguridad para las evacuaciones de emergencia. Podrían morir allí sus propios hijos o los del alcalde o funcionarios que permitieron ese funcionamiento impropio. Sucede que esto es realidad; en estos temas ya no caben las ficciones en el Perú.

Cuando hablamos de la responsabilidad social que deben asumir los empresarios o los funcionarios públicos, no solamente nos estamos refiriendo a la obligación de proteger la vida, salud y bienestar de cualquier persona que consume o utiliza un bien o un servicio público, sino también a la de proteger a sus propios familiares, que por razones del azar podrían estar en el mismo lugar de las víctimas. Lamentablemente hay padres y madres que aún no toman conciencia del daño que son capaces de causar a sus propios hijos en aras de un beneficio económico; es posible que aún no comprendan que no se puede colocar en el haber o debe contable ninguna cifra que equivalga a la vida de un hijo.

¿Por qué el precepto bíblico nos demanda «ama a tu prójimo como a ti mismo»? La razón es «porque él es como tú». Mientras no entendamos que las vidas de los hijos de los otros son tan valiosas como las de los nuestros, nada cambiaremos en nuestra ética social. Quizá sea el momento para demandar a los hijos de los padres irresponsables, para que ellos los comprometan a asumir sus responsabilidades sociales, de modo que así como alguna vez en una campaña contra el tabaco les decían «papá, mamá, no fumen porque no quiero que se mueran», ahora les digan «papá, mamá, no sean socialmente irresponsables, porque no quiero morir como consecuencia de ello».

Los atribulados padres de Mesa Redonda y Utopía aún esperan justicia. Los responsables no dan la cara ni asumen su responsabilidad. Quizá llegó la hora de pedir que sus hijos se la demanden. Porque al causar la muerte de 300 personas en Mesa Redonda y otros 29 jóvenes en Utopía, han matado a sus propios hermanos. Porque Orly, Jorge, Vanesa, Eduardo, Verónica… también eran sus hijos.

Si nadie en el Gobierno, Congreso, Poder Judicial y la sociedad nacional hace algo para remediar estas irresponsabilidades, seguirán muriendo valiosos jóvenes, y se seguirá pisoteando el abc de la Constitución que habla del derecho a la vida; solo que entonces, todos habremos sido cómplices.