Un lector me cuenta el caso de cuatro alumnos de un colegio limeño que terminaron el 5to año de secundaria con un desaprobado, por lo que fueron castigados prohibiéndoseles participar en la ceremonia de graduación, lo que les ha significado una gran humillación y vergüenza familiar. La madre ni siquiera se atrevió a pedir una reconsideración por parte del director porque sentía que eso eventualmente podría indisponer al director con la otra hija que aún estudiaba en el mismo colegio. Me pide mi opinión al respecto.

Mi primera reacción es la de identificarme con el sentir del lector respecto a la contradicción entre lo que es educar y lo que es castigar para dejar huellas irreversibles de humillación, especialmente en rituales públicos como una graduación que tienen un valor social muy potente. El solo hecho de llamarlo «graduación» ya refleja ese poder emocional, ya que en realidad los alumnos no se gradúan de nada; no obtienen grado o título alguno; solamente terminan la secundaria y con ello su vida escolar. (En el colegio León Pinelo que yo dirigí por 25 años le llamábamos «Ceremonia de Finalización de la Vida Escolar». Por eso es que jamás impedí que alumno alguno a mi cargo dejase de participar por problemas de notas).

Coincido con el lector en cuanto a que la «graduación» es esencialmente una ceremonia de despedida y todos los alumnos merecen ser despedidos, ya que después de ese día no regresarán más al colegio para asistir a clases. Una sola vez en 25 años impedí una graduación de un alumno por problemas de consumo de drogas -a una semana de salir del colegio-, y aún hoy me pregunto si eso estuvo bien. A veces la tentación de convertir a un alumno en un ejemplo para los otros no es más que una forma de colocar toda nuestra rabia por nuestro fracaso en las espaldas de ese alumno -que se convierte así en el chivo expiatorio de todos los que intervinieron en su educación-. Es como si un padre molesto por la mala conducta de su hijo le pegara cruelmente, descargando así todo su enojo en las espaldas de su hijo, sin que eso signifique de modo alguno que a partir de ello su hijo se empezará a portar bien.

Dicho eso, para ser justos, también hay que decir que no se puede aislar una norma de un colegio y juzgarla separadamente del conjunto de la propuesta educativa de ese colegio y su reglamento. La norma respecto a la graduación seguramente es una más de varias otras con similar espíritu y puede ser perfectamente coherente para ese colegio y para ese estilo de ejercicio de autoridad. Por ellos es que cuando los padres inscriben a su hijo en ese colegio están aceptando el reglamento que rige en él, para bien o para mal. En ese sentido, el colegio tiene todo el derecho de decir a los padres «si por tantos años hemos actuado así porque el reglamento así lo establece, ¿con qué derecho Ud. nos pide ser incoherentes y violar nuestro modelo educativo, a partir de una falta cometida por su hijo?».

Si queremos un colegio con una propuesta educativa alternativa que nos parezca más sensata, escojamos mejor el colegio en el que matricularemos a nuestros hijos, especialmente si pagamos por ello. Dicho sea de paso, el temor que tiene la madre de que si se queja le pueda pasar algo a su hija, es un diagnóstico directo y transparente de lo que ella sabe y piensa de ese colegio. En esencia, ella está de acuerdo con ese colegio, porque sabiendo cómo procede insiste en tener a su hija allí.

No me sorprende para nada que haya padres que crean que el camino de ese colegio es el correcto. En un país con tradición autoritaria y dictatorial, en el que la mayoría de los padres quieren que los instructores militares se hagan cargo de la disciplina escolar al estilo de un cuartel y que el amor a la patria se exprese desfilando y marchando en fiestas patrias como los soldados, puede caber todo tipo de concepciones sobre disciplina escolar, que en países desarrollados en lo educativo serían vistos con total incredulidad. Siendo así ¿porqué nuestro parecer habría de ser superior al de quienes manejan ese colegio?

De modo que con todo el dolor del alma le digo que los responsables del sufrimiento que han tenido las familias y esos alumnos -además de ellos mismos, suponiendo que los desaprobados se deban a su falta de dedicación a los estudios- son sus padres, que matricularon a sus hijos en ese colegio, por lo que tendrán que rendirle cuentas por ello a sus hijos.

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