No conozco personalmente a Alfredo Jalilie. Mayor razón para escribir esta columna. Creo que el buen o mal nombre de una persona va por delante de ella, abriendo o cerrando puertas, granjeando o descartando aprecios. Es parte del ABC de la educación en valores. Sin duda el buen nombre de Alfredo Jalilie va por delante de él. Quienquiera que lo conozca por sus 30 años de funcionario público tiene expresiones de elogio y reconocimiento a su eficiencia y responsabilidad cívica y burocrática. Eso debería convertirlo en candidato a algún premio. Sin embargo, ha sido sentenciado a cuatro años de prisión efectiva por un supuesto delito por el cual sus autores reales fueron sentenciados a tres años de prisión suspendida. Observamos también que el presidente Toledo le otorga la gracia presidencial para exonerarlo de continuar cuatro juicios pendientes y por primera vez en la historia legal del Perú (según Aníbal Quiroga) una corte decide no acatar la gracia presidencial.
No sé si el ensañamiento con Jalilie se debe a que sus modestos signos exteriores de riqueza no impresionan como los de aquellos que usualmente son liberados de la prisión efectiva por acción de abogados especializados, o si es un mensaje de alguna mafia a quienes no la dejan “trabajar” tranquila, o si hay otra razón. Pero algo raro hay acá.
A pesar de ser un crítico severo de Fujimori y sus allegados corruptos, mi defensa de Jalilie explicita que reconozco una diferencia entre los transgresores y aquellos que trabajaron en la administración fujimorista de manera limpia y decente, que no merecen ser acusados automáticamente de corruptos, al igual que ocurre con los apristas, velasquistas y belaundistas decentes que sirvieron a esos cuestionables regímenes.
No conozco personalmente a Alfredo Jalilie. Es imposible que los analistas conozcamos a fondo a cada persona pública sobre la cual tenemos que opinar. Por eso apelamos al criterio informado de las personas cercanas al aludido para recibir referencias. Cuando lo hice respecto de Alfredo Jalilie, personas altamente reputadas, confiables y apreciadas por mí que lo conocen muy de cerca me dijeron sin excepción: “Pondría mis manos al fuego por él”. Eso es algo muy inusual en estos tiempos.
Si Alfredo Jalilie es un hombre limpio, debe reconocérsele. Por eso me pronuncio a favor de un trato justo a Jalilie, lo que incluye sin duda dejarlo en libertad.