Desde la época de Velasco hasta la actualidad, cientos de funcionarios se han fogueado en el manejo del Estado peruano y han adquirido una inmensa experiencia en sus respectivas actividades. No pocos han adquirido, además del prestigio profesional, por su solvencia en los temas de su especialidad, el buen nombre que acompaña a quien supo tomar distancias de las irregularidades producto de las rupturas del Estado de Derecho, mantener su condición de incorruptibles y su independencia de criterio. ¿Adónde están ahora? Algunos en el extranjero, siguiendo esta ineficente fórmula de que con el cambio de gobierno viene el cambio de funcionarios. Otros, por la misma razón, han dejado el Estado y han recalado en ONGs, universidades, consultoras, empresas privadas, organismos internacionales. ¡Cuánta inteligencia y recursos humanos calificados y experimentados desperdiciado para el manejo del Estado! Es curioso que el primer quinquenio de Alan García fue malo porque la macroeconomía anduvo fatal, hubo hiperinflación, no había reservas y los ímpetus por tomar medidas populistas sociales se desbordaron. En este segundo quinquenio la macroeconomía crece sola, no hay inflación, sobran las reservas, pero no hay sensación de urgencia en materia social. La obsesión por una economía saneada no se condice con el entendimiento del mercado. Alan García quiere que sus anuncios diarios se conviertan en realidad, pero no arma la maquinaria eficaz para que sea posible. Recrimina en público a ministros y funcionarios sin comprarse el pleito de desa-nudar los nudos del entrampamiento. Quiere tener la mejor gente en el Estado para que funcione eficientemente, pero su primera medida es la de bajar sueldos a los funcionarios del más alto nivel, abriendo las puertas a la fuga de los talentos y al ingreso masivo de gente menos competente y eficiente. ¿El resultado? En esta guerra contra la pobreza, el Perú está perdiendo por goleada. Así lo evidencian los disturbios interminables que van brotando por todo el país, aunque se diga que son expresiones violentistas de minúsculos grupos radicales. Y si de veras son minúsculos grupos por ahora, imaginemos lo que harían en caso de seguir creciendo. ¿No sería aplaudido por los peruanos que el gobierno convoque a sumarse al Estado a las personas más calificadas en gestión pública, sin distinguirlas por color político, pagándoles su valor de mercado, para armar con ellos una «selección nacional de funcionarios expertos» que conforme una maquinaria estatal eficaz para combatir la pobreza? Si no es ahora, ¿cuándo? Desde la época de Velasco hasta la actualidad, cientos de funcionarios se han fogueado en el manejo del Estado peruano y han adquirido una inmensa experiencia en sus respectivas actividades. No pocos han adquirido, además del prestigio profesional, por su solvencia en los temas de su especialidad, el buen nombre que acompaña a quien supo tomar distancias de las irregularidades producto de las rupturas del Estado de Derecho, mantener su condición de incorruptibles y su independencia de criterio. ¿Adónde están ahora? Algunos en el extranjero, siguiendo esta ineficente fórmula de que con el cambio de gobierno viene el cambio de funcionarios. Otros, por la misma razón, han dejado el Estado y han recalado en ONGs, universidades, consultoras, empresas privadas, organismos internacionales. ¡Cuánta inteligencia y recursos humanos calificados y experimentados desperdiciado para el manejo del Estado! Es curioso que el primer quinquenio de Alan García fue malo porque la macroeconomía anduvo fatal, hubo hiperinflación, no había reservas y los ímpetus por tomar medidas populistas sociales se desbordaron. En este segundo quinquenio la macroeconomía crece sola, no hay inflación, sobran las reservas, pero no hay sensación de urgencia en materia social. La obsesión por una economía saneada no se condice con el entendimiento del mercado. Alan García quiere que sus anuncios diarios se conviertan en realidad, pero no arma la maquinaria eficaz para que sea posible. Recrimina en público a ministros y funcionarios sin comprarse el pleito de desa-nudar los nudos del entrampamiento. Quiere tener la mejor gente en el Estado para que funcione eficientemente, pero su primera medida es la de bajar sueldos a los funcionarios del más alto nivel, abriendo las puertas a la fuga de los talentos y al ingreso masivo de gente menos competente y eficiente. ¿El resultado? En esta guerra contra la pobreza, el Perú está perdiendo por goleada. Así lo evidencian los disturbios interminables que van brotando por todo el país, aunque se diga que son expresiones violentistas de minúsculos grupos radicales. Y si de veras son minúsculos grupos por ahora, imaginemos lo que harían en caso de seguir creciendo. ¿No sería aplaudido por los peruanos que el gobierno convoque a sumarse al Estado a las personas más calificadas en gestión pública, sin distinguirlas por color político, pagándoles su valor de mercado, para armar con ellos una «selección nacional de funcionarios expertos» que conforme una maquinaria estatal eficaz para combatir la pobreza? Si no es ahora, ¿cuándo?