incumplidas, mentiras, engaños, corrupción, paternidad irresponsable, violencia, deshonestidad, injusticia, mal uso del poder para beneficio personal de quien lo tiene… la lista es larga. A eso se agrega una complacencia apática de una sociedad que parece tolerarlo. Observamos las carencias éticas de nuestra sociedad cuando vemos que no hemos interiorizado la necesidad de vivir regidos por una normatividad común cuyo fin sea la vida justa, en la que los hombres sean capaces de tratarse unos a otros como iguales.

Si es así y queremos cambiarlo, la ética debería nutrir la educación y empujarla a hacer preguntas fundamentales para buscar respuestas a los grandes problemas nacionales que tienen que ver con la inequidad, injusticia y corrupción. Para ello el currículo universitario debería estar inspirado por esta búsqueda de cambiar (mejorar) el país y estar atravesado por temas y preguntas del tipo siguiente:

1). En el siglo XXI la inercia de la globalización la caracterizará por su asimetría: será capaz de concentrar la riqueza en sectores muy reducidos y conducir a la miseria a capas cada vez más extendidas de la población. El gran reto social estará en convertirla en una globalización incluyente y liberadora capaz de tener respuestas a la pregunta ¿cómo hacer para que ésta se inspire no solo en la acumulación de utilidades sino también en la solidaridad humana?
Se trata entonces de concebir respuestas a la globalización para procurar el bienestar de la gente y no únicamente para el dominio del mercado y la acumulación de ganancias por parte de las transnacionales.

2). Vivir en paz demanda una cultura de paz, que fomente la solución pacífica de los conflictos y la vida en tolerancia. Esto incluye la novedosa cultura del agua, que estimule el ahorro y una “ética del agua” que la distribuya globalmente con más equidad. Probablemente la disputa por el agua esté en la base de algunas de las guerras del siglo XXI

3). Dejar un planeta “vivible” para nuestros hijos y nietos demanda un nuevo contrato entre la especie humana y la naturaleza, que sobre la base de principios éticos conserve la “tierra patria” para las futuras generaciones.

4). En la sociedad de la información, con crecientes brechas digitales y grandes desarrollos tecnológicos y genéticos, ¿cómo aproximarnos a la cibercultura para que esté acompañada de la ciberética y la bioética?.

5). En general, ¿cómo construir un sistema mundial en el que haya una participación más democrática de las naciones en la adopción de las decisiones que tienen repercusión mundial, y en el que se procure permanentemente la equidad de género y el amplio pluralismo cultural?.

Por su parte la pedagogía universitaria debería contener una permanente apuesta por la ética. Por ejemplo, debería estar imbuida por un afán por sancionar la corrupción, buscar la verdad y afirmar la libertad del pensamiento, lo cual excluye la enseñanza memorística y dogmática, el uso de libros de un solo autor en cada curso, permitir la copia en exámenes y trabajos o transcribir citas de autores sin mencionarlos, la tercerización de las tesis, etc. Así mismo, debería negarse a manipular a los postulantes, para que no sean tratados como una mercancía a ser capturada para luego sacarle su dinero, sino como personas que merecen un trato digno y respetuoso de su tiempo escolar. Atropellar a los alumnos en 4to o 5to año de secundaria para engancharlos prematuramente en una universidad sin que hayan podido concluir su ciclo escolar y su clarificación vocacional, por una simple voracidad mercantil, poco tiene que ver con la conducta ética.

Las universidades también deberían ofrecerle a sus estudiantes el ejemplo institucional de la lucha contra la injusticia y la corrupción, abandonando la cómoda mudez social y la política del avestruz (que esconde la cabeza para no ver lo que no le conviene), que hasta ahora no solo las ha sacado del debate público sino que ha estado transmitiendo un mensaje poco ético de insensibilidad ante las demandas de una sociedad enferma que requiere del aporte de sus miembros más lúcidos.

De este modo, las universidades podrían asumir dos tipos de responsabilidades éticas frente a la sociedad. Una, como institución que interactúa con la sociedad en la esfera pública y hace escuchar su voz y muestra su ejemplo. La otra como agente educador, influyendo éticamente en la formación de los estudiantes, quienes el día que sean profesionales desempeñarán sus actividades e interactuarán con la sociedad nacional sobre la base de los valores y actitudes que se hayan cultivado desde las aulas universitarias.