Hablar sobre el amor humano, para un varón que no es cantante, autoridad religiosa, poeta, actor o novio, parece extraño, porque a los hombres «les corresponde» hablar de economía, política, futbol, negocios o escándalos policiales. Aún así, escribo hoy sobre el amor, a propósito de los afectos que se multiplican con el contacto cotidiano con mis dos nietos a los que estoy visitando en Israel.

 

Una de las cosas que los padres y educadores solemos sentir, y se expresa de manera muy especial en el caso de los abuelos, es esa capacidad que tenemos los seres humanos de crear afectos desde la nada, por el solo hecho de relacionarnos con personitas de cuya existencia tomamos nota abruptamente, cuando un hijo o hija nos cuenta que hay un bebe en camino. Lo lindo es que ese amor no va a cuenta, a cambio ni a costa de ninguno otro. Simplemente, se agrega a los otros, sin esperar reciprocidades o permutas, como aquellas que tienen en mente los economistas cuando dicen que «no hay lonche gratis. Todo lo que uno recibe, es a cuenta de alguien». No saben quizá que el hecho de amar conlleva en sí mismo la recompensa que da el privilegio de sentir el amor.

 

¿A qué viene todo esto? Nuestros hijos, y luego nuestros nietos, simbolizan a todos los niños de todos los padres y abuelos que sienten igual que cualquier otro adulto normal el amor instintivo por sus descendientes directos. En las sociedades sanas, si mi hijo es igual al tuyo, y como padre sientes por él lo mismo que yo por el mío, a mí me debería importar tu hijo o nieto tanto como a tí los míos. Y si yo haría lo indecible por proveerle calor, alimento, vestido, estímulo y afecto a mis hijos y nietos, debería sentir el mismo deseo por los hijos y nietos de los demás.

 

Por alguna razón a nuestra vida política le falta ese amor. En nuestros políticos no se refleja el amor y la preocupación vital por la infancia. Quizá por eso tiene éxito la Teletón, que les permite una vez al año pagar el impuesto a la falta del amor cotidiano por los niños y usarla como lavandería para sus conciencias.

 

En un país en el que no se ama a los niños, no se pueden amar los adultos, ponerse unos en el lugar de los otros para pensar en su bienestar y felicidad, dialogar y convivir en paz. Quizá si en lugar de buscar la explicación a la falta de tranquilidad pública en la existencia de conspiradores externos o manipuladores profesionales comunistas, la buscáramos en la falta de amor entre peruanos, encontraríamos respuestas más certeras y aleccionadoras a nuestra incapacidad de convivir en paz.

 

Frente a esta realidad tenemos una responsabilidad con miras a las próximas elecciones de alcaldes, congresistas, presidentes regionales y presidente de la república. Antes de escoger a nuestro candidato debiéramos peguntarnos previamente ¿es una persona que ama a los niños?. Después de todo, difícilmente una persona que ama a los niños puede permitir que les roben sus alimentos y medicinas, ser indiferente a su falta de atención alimenticia, educativa o médica, ignorar las terribles condiciones sanitarias y de infraestructura de sus colegios, y ser indiferentes a sus necesidades insatisfechas sin un brazo del cual asirse hasta llegar a morir de frío, inanición o enfermedad curable.

 

Quizá esos candidatos conozcan menos las mañas políticas que permiten ganar votos con promesas populistas, costosa publicidad, exacerbación del fanatismo; quizá esos candidatos no sepan cantar o bailar grotescamente en los escenarios o exhibirse al lado de figuras de la farándula que les presten popularidad y votos. Pero si no tenemos la inteligencia para escogerlos, no los tendremos como autoridades.

 

En cuanto al gobierno vigente, si les importara realmente los niños deberían ocuparse de ellos no solamente los ministerios de la Mujer, Educación y Salud, sino todos en su conjunto y en particular el MEF que es el que administra las prioridades de gasto en el país. Quizá si el corazón de los funcionarios y gobernantes estuviera más marcado por el amor, en lugar del escenario mediático populista de su figuración en una Teletón podrían expresar su amor en su acción cotidiana. Eso los llevaría a levantarse cada día preguntándose ¿qué haré hoy por los niños? y a acostarse preguntándose ¿qué hice hoy por los niños que me da el derecho a dormir tranquilo y a aspirar a que entre los peruanos podamos convivir en paz?

 

Con autoridades políticas así, el Perú sería muy distinto. Pensemos bien desde ahora a quiénes queremos como gobernantes y cómo hacernos para que sean electos.