El Perú tiene que ser competitivo con el primer mundo, sin embargo no tiene el tiempo ni los recursos para hacer lo que ellos hacen o hicieron para elevar el nivel educativo medio de su población. La porción del pequeño PBI peruano repartido entre los siete millones de usuarios de la educación pública produce una bajísima inversión educacional per capita. Eso significa que debemos hacer mucho más que los países desarrollados, en menos tiempo y a mucho menor costo. Eso nos obliga a crear estrategias efectivas que faciliten el éxito educativo de los pobres.
Estas empiezan por reducir costosas ineficiencias. Por ejemplo cada año tenemos un millón de niños que repiten y/o abandonan la escuela. Eso significa que no se previene el fracaso y que se agrede la autoestima de estos alumnos que difícilmente será luego recuperada, limitando sus desempeños futuros.
Otro ejemplo es el de la formación de maestros. Por cada puesto docente disponible para maestros nuevos, tenemos cerca de 10 estudiantes en institutos pedagógicos o facultades de educación, ocasionando un enorme gasto estatal y privado. Más sentido tendría tener menos estudiantes en menos instituciones pero más selectivas, con mejores profesores y remuneraciones, incentivando a que mejores alumnos postulen a la carrera docente.
También entre las ineficiencias debemos citar el enorme desperdicio que significa no ser capaces de movilizar tantísimos recursos humanos voluntarios que estarían dispuestos a colaborar con la educación.
Una segunda estrategia es la creación de una pedagogía para el éxito de los pobres que debe iniciarse con el enriquecimiento verbal. Los estudios de capital cultural demuestran que los niños de hogares desfavorecidos tienen un repertorio lingüístico 4 veces menor que el de los niños que proceden de hogares más solventes. Eso quiere decir que los niños pobres están menos expuestos a la variedad de palabras, sonidos, vocabulario y experiencias lingüísticas, lo que limitará sus aprendizajes futuros. El solo hecho de enriquecer su repertorio lingüístico en edades pre escolares (por TV, bibliotecas infantiles, wawa wasis reformulados, etc.) podría darles una plataforma cultural que les permita lidiar con mas éxito con la futura experiencia escolar.
En el ámbito docente esta pedagogía demanda enfoques muy interactivos, centrados en los alumnos, con altas expectativas respecto a su capacidad de tener éxito, que fortalezca su autoestima y productividad, que los conecte con su realidad circundante, que les dé una visión de futuro en la que el éxito predomine sobre los fracasos, en la que lo (poco) que aprendan lo hagan bien, lo dominen y les sea útil. Eso obliga a reformular el currículo para concentrar los esfuerzos en aquello que los alumnos tienen que aprender prioritariamente para continuar sus estudios y conseguir trabajo, especialmente en asuntos sobre cómo acceder a la información, analizarla y resolver problemas.
La pedagogía para el éxito de los pobres también nos exige ser muy selectivos al escoger la tecnología de la información a usar, para asegurar el mayor acceso al menor costo solamente de aquello que probadamente funciona bien.
Por último, debemos revisar el uso eficiente del tiempo escolar, de modo que la mayor parte del tiempo disponible se concentre en los contenidos más cruciales, extendiendo además el calendario escolar para ofrecer servicios los 12 meses del año (organizando apropiadamente a los profesores). Para muchos niños las vacaciones son una invitación para estar en la calle, con todos los riesgos que eso conlleva. Después de todo, si las familias están desatendiendo a los hijos, no hay más instancia que la escuela para contenerlos, protegerlos y educarlos.
El éxito de esta pedagogía requiere que padres, alumnos y profesores compartan una nueva cultura escolar, cuya consigna subyacente es que todos los niños deben tener éxito.