Uno de los grandes mitos que angustia a padres y jóvenes por igual es el de la orientación vocacional.

El mito consiste en creer que una buena orientación vocacional dará lugar a una elección vocacional correcta y definitiva, que encaminará a una carrera en la que el postulante se quedará toda su vida. Lógicamente, tal presunción hace que quienes creen en ella se angustien sobremanera por lograr la buena elección. Lamentablemente, un enfoque de este tipo aleja al joven de la orientación vocacional y lo lleva más bien a un nocivo determinismo vocacional. Ese será el peor favor que se le puede hacer a un joven y a sus compungidos padres. Así planteado, es simplemente un fraude vocacional.

Hay cuatro errores fundamentales en el enfoque determinista de la educación vocacional. Primero, creer que los intereses del adolescente de 16 a 18 años, se mantendrán inalterados para toda la vida, por lo que una evaluación de ellos augura una buena elección. Segundo, creer que el hecho de no tener aptitudes o habilidades sobresalientes en un área del intelecto invalida los intereses que la persona pudiera tener hacia ella. (En base a motivación y esfuerzo, -así sea mayor que el requerido por aquel que tiene mayores aptitudes- el joven sí podría cultivar esa inclinación). Tercero, creer que las personas tienen básicamente una «mejor elección», cuando sabemos que muchos tienen aptitudes e intereses que podrían derivar simultáneamente hacia varias elecciones legítimas, aunque aparentemente contrapuestas, como podrían ser, por ejemplo, la medicina, la arquitectura y la música. Cuarto, aún suponiendo que el joven eligió muy acertadamente su mejor opción vocacional, nada garantiza que ingrese a la universidad o carrera elegida, o peor aún, que el día que egrese de ella consiga un trabajo a la medida de la carrera o especialidad que eligió.

Explicarle esto al joven y a sus padres, significa orientarlos, relativizar el dramatismo de la elección vocacional y reducirla simplemente a lo que es: el inicio de una exploración por el mundo de estudios post-secundarios, a partir de un área preferida en ese momento de su vida, pero que puede evolucionar en el tiempo hacia opciones alternativas o complementarias, sin que eso signifique de ningún modo que se ha cometido un «error vocacional».

No explicar esto al joven y a sus padres y, en cambio, plantearles determinísticamente la elección de una «carrera ideal», que consagraría a la perfección los intereses trascendentales del joven, no sólo es un desacierto, sino que no tiene ningún sustento científico, ni está validado por la realidad, mucho menos en el caso peruano. No en vano los países más desarrollados acostumbran a ofrecer a los ingresantes a las universidades un bachillerato generalista, flexible, diverso, que permita al joven madurar, a la vez que va explorando las áreas de su mayor interés en ese momento de su vida, hasta ir perfilando una especialidad, que recién habrá de consolidarse para la maestría o el doctorado, los cuales aún tampoco son definitivos.

Muchas personas recién llegan a la madurez vocacional alrededor de los treinta años, edad en la que recién «saben realmente lo que quieren» y están listos para consolidar su vida familiar y ocupacional. Para entonces, hay jóvenes que a veces ya tienen a cuestas varios títulos, que podrían no encajar con aquello que descubren como lo más relevante para sus vidas. Eso no quiere decir que perdieron el tiempo o que se equivocaron de carrera. Simplemente quiere decir que han ido construyendo su destino, que no tiene por qué seguir un trayecto lineal. Toda experiencia de vida bien elaborada, es útil, enriquece y enseña.

También hay quienes descubren nuevas vocaciones a los 40, 50 ó 60 años de su vida, edades en las que empiezan a hacer o preferir cosas totalmente distintas a las habituales. Eso no tiene nada de sorprendente. Las vocaciones son múltiples, pero se van revelando a lo largo del tiempo como si fueran el corazón de una alcachofa, en la que conforme se van retirando las hojas externas aparecen siempre otras nuevas en su lugar.

No se trata de despreciar el valor informativo que se puede obtener de las pruebas y entrevistas vocacionales, que bien entendidas tienen un enorme valor orientador. Lo que cuestiono es el mal uso, el consejo determinístico que algunos agoreros vocacionales dan a esa información como si hubiera emergido de una «bola de cristal» capaz de predecir unívocamente el futuro de las personas.

Sería recomendable que los padres de familia no se desesperen y les dejen a sus hijos abierto el camino de la búsqueda, para que sus hallazgos sean auténticos y lo gratifiquen de veras, así ello les tome mas años de los que hubieran deseado.

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Sobre la absurda presión sobre los jóvenes de 5to. de secundaria de elegir una carrera y universidad en ese momento de su vida adolescente, planteándoles que es la decisión crucial en la que se juegan su destino …(¿?) https://www.facebook.com/photo.php?fbid=710439085723296&set=a.146081782159032.21853.100002716323653&type=3&theater