¿Qué mayor daño psicológico existe que aquel que sufre el 80% de los alumnos peruanos que ingresan a 1er. grado de primaria y no logran terminar al cabo de 11 años su 5to. grado de secundaria? Según cifras ministeriales, de ese 80% casi todos sufrirán una o más repitencias y la mitad desertará sin llegar a terminar el colegio.
Convengamos en que cada repitencia y deserción significa un tremendo golpe a la autoestima del alumno, un atentado contra su salud mental, una huella de fracaso que quedará grabada en su psiquis para toda la vida, salvo que reciba un infrecuente trabajo de rehabilitación.
Traigo a colación estos hechos porque revisando el diario de debates de la sesión del Congreso del 15/1/2002, en la que los congresistas discutían el proyecto de “Ley de Protección a la Economía Familiar respecto al Pago de Pensiones en los Centros Educativos Privados” encontré que varios de ellos aludieron a la necesidad de evitar el daño psicológico que sufren los niños al ser separados de clase o exámenes por falta de pago, o por las prácticas intimidatorias a las que son sometidos por esa razón. Me pareció maravilloso que sin que fueran psicólogos muchos de los congresistas hubieran tomado conciencia de las dimensiones psicológicas que se juegan en las prácticas escolares. Siendo así y para evitar discriminar de esta buena intención a los alumnos que asisten a los colegios estatales, sería bueno que los congresistas analizaran y legislaran igualmente contra las prácticas intimidatorias y psicológicamente nocivas que ocurren en la escuela pública.
Empecemos por el caso más simple y común de todos, el del 80% de alumnos mencionados en la introducción que fracasan por estar en manos de profesores que no saben lograr que los alumnos tengan éxito, que los frustran con su deficiente enseñanza clase a clase, bajándoles la moral al hacerles creer que su fracaso deviene de su propia culpa e incapacidad. Nadie los defiende. Gracias a la legislación vigente, que no los diferencia de los buenos profesores, esos deficientes profesores se quedarán en sus cargos hasta que se jubilen, maltratando año a año a nuevos alumnos. ¿Y qué decir de los profesores y directores que se burlan abiertamente de los alumnos, que son indiferentes a los hostigamientos y a la violencia entre ellos, que utilizan las preferencias o las antipatías como criterio para castigar o bonificar notas?.
Pero hay daños psicológicos aún mayores: aquellos que devienen de tener profesores que no dejan pensar a los alumnos, no respetan sus ideas, los adoctrinan con su propia verdad o la del texto escolar, impidiéndoles desarrollar su creatividad y libre pensamiento. A esos alumnos se les intimida con las notas. Al alumno que no piensa como el profesor y reproduce sus dictados en los exámenes le esperan malas notas. Así, miles de profesores maltratan la mente infantil y coactan su libertad, convirtiendo a los alumnos en esclavos mentales e inválidos del razonamiento.
Podemos seguir. Podemos seguir. Por ejemplo obligar a los alumnos a agradar a su profesores a cambio de estímulos y buenas notas, a atender a clases con profesores autoritarios que los inhibirán y sembrarán en sus mentes recuerdos caudillistas y antidemocráticas; obligarlos a asistir a desfiles como si fueran soldados, violando su identidad civil; obligarlos a pararse bajo el sol o la lluvia los domingos en las plazas públicas para servir de decorado al alcalde o prefecto que quiere saludar a la bandera; etc. ¿No son maltratos psicológicos? ¿No se les intimida amenazando bajarles las notas si no asisten? No pocas universidades también colocan su grano de arena en este maltrato, desde sus exámenes de ingreso que exigen de sus alumnos abandonar sus habilidades múltiples, para convertir su mente en un disco duro que almacene información enciclopédica, que le permita reproducir los datos requeridos en los exámenes de ingreso, reduciendo su condición humana a la de un mono o robot. Finalmente, qué mayor maltrato que permitir que cientos de miles de jóvenes se matriculen en tantos institutos superiores y universidades que lo único que harán será estafarlos con una formación inadecuada, para que cuando egresen descubran que están mal preparados, que no son profesionales competitivos, que son incapaces de desempeñarse de igual a igual con los extranjeros o los egresados de unas cuantas instituciones peruanas de elite, y que la promesa del empleo al egresado era una simple burla a su buena fe. Señores congresistas y funcionarios ministeriales, el daño psicológico a la juventud peruana que tanto les preocupa tiene aún muchas amarras por liberar.