En las ciencias sociales se habla de agudizar las contradicciones como una estrategia tendiente a clarificar totalmente la incompatibilidad de dos posiciones en conflicto, que mientras parezcan ser de alguna manera compatibles no llevan a redefiniciones drásticas, con lo que el conflicto se prolonga sin solución.
Algo de esto ocurre con la educación peruana. Mientras se crea que las estrategias educacionales actuales son viables con ligeros reajustes, agregados y algunos aumentos salariales al magisterio, nuestra educación seguirá languideciendo moribunda, postrada en los últimos lugares de la calidad educativa mundial, sin que se hagan reformulaciones drásticas decisivas. De este modo se puede convivir por muchos años más con el conflicto entre la ilusión de una buena educación y la realidad de una pésima educación. El problema es que como los muertos y heridos que egresan de este sistema educativo inoperante y deficiente no sangran, los medios de comunicación no les prestan atención. Sin embargo, constituyen una legión de inválidos mentales y profesionales que deambulan buscando su sustento, amparados en una formación que muchas veces no les sirve ni para escribir bien una carta.
A miles de kilómetros de distancia, y en otro ámbito de la política, ocurre un esquema de similar confrontación entre la ilusión de una solución favorable y la realidad de una inminente tragedia. Se trata del conflicto entre Israel y la OLP. Los laboristas Rabin, Barak y Peres por un lado, el demócrata Clinton por otro lado y el palestino Arafat por el suyo, transitaron por el camino de la negociación para resolver los conflictos pendientes que aparentemente eran conciliables.
Sin embargo, con el telón de fondo de la reavivada Intifada, la oposición de la Liga Árabe y la frustración israelí porque las negociaciones no desactivaban la violencia, se produjo un cambio de estrategias y actores gravitantes que radicalizaron el conflicto retornándolo casi a su punto de partida. El pueblo israelí se corre a la derecha y elige a Sharon, los palestinos se hacen representar por los fundamentalistas del Hamas y la juventud palestina radical de las calles, y el republicano Bush se aleja del Medio Oriente, mientras se ocupa de sus asuntos internos reemplazando a Clinton.
Así los dos actores centrales Hamas y Sharon parecen llegar a la conclusión de que la única manera de avanzar sus intereses es agudizar las contradicciones. Hamas, torpedeando el proceso de paz con el que discrepa totalmente, utilizando los hombres-bomba que erizan y radicalizan a la sociedad israelí que demanda de Sharon respuestas drásticas. Este, con el aval del 75% de popularidad en Israel, toma distancias de los acuerdos de Oslo, se sobrepone al sesgo antiisraelí de los principales medios de comunicación, actúa para prevenir los atentados eliminando a los inspiradores de los suicidas antes que cometan más asesinatos, y envía al Ejército a poner orden allí donde los diplomáticos fueron incapaces de hacerlo.
De este modo, se agudizan las contradicciones, se intensifica el conflicto y se aleja la paz, posiblemente hasta que surja un nuevo escenario y un liderazgo capaz de volver a negociar. En el camino, es probable que nuevamente cambien los actores. El viejo y enfermo Arafat habrá quemado sus cartas sin éxito; el nacionalista Sharon enfrentará la pendularidad natural de la alternancia democrática, y el presidente Bush con suerte ingresará a su segundo mandato con mayor experiencia como para abrir un nuevo marco de negociación. Mientras tanto Israel estará dispuesta a negociar, pero ya no bajo la unilateralidad del fuego palestino, sino en todo caso bajo el fuego cruzado de ambas partes.
En este escenario, el único que puede acortar los plazos y salvar lo avanzado es el propio Arafat.