Las personas que tienen interés en la paz y estabilidad económica mundial no dejan de sorprenderse por la creciente tensión y violencia que caracteriza las relaciones entre Israel y la OLP, sobre todo considerando que hace pocos meses estaban a punto de firmar un acuerdo que iba a poner punto final a todas sus diferencias.
Para facilitar la comprensión del conflicto podría ser útil imaginar lo que ocurre con una pareja que contrae matrimonio y luego se divorcia. Cuando se quiere casar, cada parte muestra sus mejores características, sus gestos más considerados y galantes, su tolerancia para superar los malos ratos, sus palabras generosas para alabar al otro. Cuando se quieren divorciar, cada una de las partes trae a colación lo peor de su relación. Sus resentimientos, acusaciones, desconfianzas y hostilidad.
El acercamiento de Israel y la OLP firmando los Acuerdos de Oslo en 1993 entre Rabin y Arafat, seguido del posterior romance político entre Barak y Arafat, se vio muy perturbado cuando no lograron las metas esperadas, lo que derivó en violentos incidentes. Cada parte trae ahora a colación sus acusaciones, resentimientos, señalamiento de culpas y toma sus represalias. Como Sharon y Arafat no pueden ignorarse mutuamente, parece inevitable la intervención de terceros para calmar y enfriar los ánimos.

¿Qué fue aquello que produjo ese paso del romance al divorcio?

Hubo errores en todos los actores. El error de Arafat fue reactivar la Intifada perdiendo el apoyo de los grupos del centro político israelí, que era su mejor aliado para lograr el máximo de concesiones. Son aquellos israelíes que tienen en común el deseo de llegar a un acuerdo con la OLP así sea pagando un alto precio territorial. Al reactivar la Intifada y los atentados con hombres-bomba, produjo una gran decepción en los ciudadanos del centro israelí, los cuales se corrieron hacia posiciones de derecha encumbrando a Ariel Sharon. Si hay violencia, los israelíes se unen y es más difícil otorgar concesiones a los palestinos. Si hay calma y se negocia, Arafat puede obtener mucho más que si se retira y deja que los extremos dominen.
El error de Ehud Barak por su parte fue arrinconar a Arafat y exigirle una firma final de un acuerdo sin que el tema de los refugiados y Jerusalén estuvieran suficientemente trabajados y concordados. Arafat no podía firmar un acuerdo sin el consentimiento de los países árabes que lo apoyan y financian. Quizá Barak debió ir más despacio mientras seguía creando un clima de confianza.
Su apuro personal para consolidar su coalición de gobierno le estalló en la cara. El mismo apuro que hizo que Clinton no se hubiera tomado el tiempo necesario para hacer el lobby ante los países árabes para que apoyasen la posible firma de un acuerdo. Para la Guerra del Golfo los EE.UU. se tomaron todo el tiempo para armar la coalición con los árabes. En el caso del acuerdo entre Israel y la OLP, estando Clinton de salida, no tomó las debidas precauciones.
Los errores de Sharon fueron, además de la provocación a los palestinos y su pésima política de manejo de medios, reaccionar con acciones militares demasiado espectaculares que rápidamente fueron censuradas en el mundo.
Tal como están las cosas, parece que ambas partes tendrán que dar unos cuantos pasos para atrás, calmar los ánimos, para más adelante volver a intentar los acuerdos. Difícilmente la derecha israelí apoyada por los religiosos podrá hacer la paz con los radicales palestinos apoyados por los fundamentalistas islámicos. Hay que crear las condiciones para que vuelvan a crecer las posiciones centristas de ambos lados para que sea viable el retorno a la mesa de negociación y aspirar a resultados satisfactorios.