El 28 de octubre pasado el Ministro de Educación Arq. Javier Sota Nadal presentó los resultados de las pruebas de matemáticas y lectura tomadas en el 2004 a 70 mil estudiantes a nivel nacional en 843 Instituciones Educativas de Primaria y 636 de Secundaria, estatal y no estatales, de 2do y 6to de Primaria y de 3ro y 5to de Secundaria. Sus palabras finales debieron haber sido “Por lo tanto, cerraremos todos los colegios de la república hasta que estemos en condiciones de garantizar que los alumnos que asistan a ellos aprendan algo significativo”. Ocurre que para el 90% de alumnos del Perú, ir o no ir al colegio da casi lo mismo porque no aprenden casi nada. Dice el informe “En el caso de 2do grado de Primaria, sólo el 15% de los estudiantes alcanzan el aprendizaje esperado en Comprensión de Textos, mientras que el 9.6% logra el aprendizaje esperado en Matemáticas. En cuanto a 5to. de Secundaria, sólo un 9.8% logra los aprendizajes esperados en Comprensión de Textos, mientras que un 2.9% logra el aprendizaje esperado en Matemáticas”, indicó el Ministro. En otras palabras, ya desde el 2do grado de primaria los alumnos están condenados al fracaso, porque obviamente si no logran el 85-90% de los objetivos del grado ¿qué sentido tiene que pasen al grado siguiente? Sin embargo pasan, arrastrando las carencias de habilidades que garantizarán su fracaso en los grados siguientes. Ya casi ni sería necesario evaluar sus desempeños en los grados superiores porque ya sabemos que el resultado será catastrófico. Por si fuera poco, pasan de grado acumulando vacíos por insuficiente cobertura curricular. El informe ministerial señala que “Es necesario sincerar el currículum escolar, pues de acuerdo a la Encuesta Nacional 2004 sólo el 65% de éste se cumple”. Imaginen un alumno que pese a pasar de grado, no completó al menos 1/3 del currículo que requiere para entender lo que va a estudiar en el grado siguiente, que se inicia con un currículo desconectado con el del grado anterior. No hay manera de tener éxito en estas condiciones.
Para reforzar lo dicho por el propio ministro, estas evaluaciones incluyeron esta vez pruebas de matemáticas básicas y habilidades lectoras a los maestros, que se consideran necesarias para enseñar a los alumnos que eran evaluados en esta muestra. El 95% de los profesores aceptaron voluntariamente ser evaluados (800 en total) pero muy pocos fueron capaces de resolver las tareas más elementales consignadas en esas pruebas. Dice el informe “el grupo de docentes evaluados muestra dificultades para interpretar la relación de dos o más ideas. La mayoría sólo soluciona tareas en las que se les pide extraer ideas expresadas literalmente en una o más proposiciones o parafrasear la información de una parte del texto. En general, su nivel de comprensión de lectura es bajo”. Es decir, se trata de profesores que hacen un trabajo lector mecánico, que no razonan sobre lo que leen, que tienen dificultades para analizar textos más allá de repetir literalmente algunas de sus ideas. Obviamente “el techo del profesor marcará el techo del alumno”.
De allí que Sota dijera que “La Encuesta Nacional 2004 arroja que los alumnos de aquellos profesores que demostraron más habilidades en Comunicación y Matemática obtuvieron mejores resultados en la evaluación nacional. Los alumnos de aquellos profesores que demostraron menos habilidades en Comunicación y Matemática obtuvieron peores resultados en la evaluación nacional”. Es decir, aún en el océano de precariedad en el que nos movemos, los alumnos que tienen la suerte de estar en manos de mejores profesores en las áreas de lectura y matemáticas, obtienen mejores resultados. Lo inverso es igualmente aplicable.
En suma, el sistema educativo no soporta más maquillajes. Hace agua por todos lados. Los presupuestos crecientes asignados al sector no se traducen en mejoras en los aprendizajes de los alumnos en las áreas más básicas de la lectura o las matemáticas. El sistema educativo demanda una revolución cuyo objetivo sea que todo alumno que asista a la escuela al menos se alfabetice adecuadamente y tenga éxito personal. Si para ello hay que replantear el currículo, la carrera magisterial, la gestión educativa, la atención a la infancia y el modelo de financiamiento de la educación, que se haga, sin concesiones a la mediocridad. El costo más alto que puede pagar un alumno después de sus 11 años de escolaridad primaria y secundaria es sentir –y darse cuenta en la realidad- que su paso por el colegio resultó absolutamente inútil y no lo pone en condiciones de desempeñarse adecuadamente en el mundo académico o laboral.