Con frecuencia se escuchan críticas respecto al bajo nivel de los institutos y universidades que proliferan por todo el país, basadas en percepciones sensatas de que sin infraestructura y equipo docente de alto nivel, no puede ofrecer una buena educación. Algunas veces las críticas se sesgan hacia las instituciones privadas, aduciendo incompatibilidad entre lucro y calidad, a pesar de que es evidente que eso no es válido en tantos otros servicios como los médicos, aéreos, legales, restaurantes, nidos, academias y colegios.

Junto con ello, difícilmente se puede sostener que las universidades públicas sin fines de lucro por ese solo hecho sean buenas o si quiera mejores que las privadas. Basta observar tantas universidades estatales bastante mediocres, así como la creación reciente de varias universidades públicas en diversas regiones sin garantía de presupuesto ni calidad. Se espera que en algún momento el Sineace marque alguna pauta medible y observable sobre la calidad. Pero en tanto eso ocurra, valdría la pena reflexionar un poco sobre otras dimensiones del tema.

Como egresado de las prestigiadas universidades peruanas UNI y Pacífico (y la Universidad Hebrea de Jerusalem en Israel) yo solía tener una mirada escéptica respecto a los institutos y universidades públicas y privadas peruanas de menor jerarquía respecto a las más reconocidas, debido a la escasez de catedráticos altamente calificados, limitada infraestructura, precarios laboratorios y bibliotecas, junto con el hecho de que a ellas ingresaban jóvenes con una débil formación escolar.

Después de tantos años de viajar por todo el Perú mi escepticismo se ha flexibilizado al constatar que para decenas de miles de egresados de la secundaria privada y pública que aspiran a continuar estudios superiores, y que por razones de formación escolar o capacidad económica no tienen acceso a las universidades e institutos públicos o privados líderes del país, el paso por varias de esas universidades e institutos sí le agrega valor a su limitada formación escolar. De este modo se les abre la opción de superarse, aprender en base a mucho esfuerzo personal todo lo que esté a su alcance para que luego, vía posgrados en universidades peruanas o extranjeras de alto nivel, presenciales u online, puedan elevar aún más su formación para tratar de ser competitivos con los egresados de otros centros universitarios de mayor nivel y prestigio.

La opción de la buena formación profesional para todos estos jóvenes se vería altamente favorecida si egresaran de los colegios mucho mejor preparados (esa es responsabilidad del Ministerio de Educación); si el estado incentivara la inversión en el mejoramiento y donaciones a universidades con fines de apoyo a la investigación y desarrollo de ciencia y tecnología (eso corresponde al Ejecutivo y especialmente al MEF); y si la legislación de educación superior se adecuara a los estándares internacionales que hacen equivalencias automáticas entre los grados de la formación técnica obtenidos en IST y los grados de formación académica o profesional obtenidos en las universidades, de modo que no se menosprecie la formación tecnológica frente a la académica (cosa que corresponde al Congreso)

Si se hiciera todo esto habría buenas posibilidades de ofrecer en el corto plazo mejores opciones educativas a los peruanos, especialmente a quienes no tienen el privilegio de acceder a los institutos y universidades más consolidados. Sin embargo, se requiere convicción de parte de los gobernantes y congresistas y esa es la parte más débil de todo el esquema.

Si en el proceso electoral 2010–2011 los votantes analizaran mejor la trayectoria de los candidatos, podría elegirse autoridades con más capacidades de augurarle un futuro mejor a la educación peruana.

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