Con el trasfondo de los continuos anuncios de nuestros gobernantes sobre un crecimiento económico y de la recaudación fiscal sin precedentes en el último quinquenio, la noticia de la OPS que revela que el nivel de desnutrición en el Perú (32%) es uno de los más altos de América es motivo de una quíntuple vergüenza nacional. Primero, el solo hecho de ser mencionados entre los coleros de América, conformando una analogía no casual con nuestro desempeño mundial en la educación. Segundo, el hecho que las cifras del porcentaje de desnutrición y desnutrición infantil crónica se mantengan inalterables por los últimos diez años. Tercero, que a pesar de haber invertido 250 millones de dólares anuales en los programas de asistencia alimenticia, el panorama no cambia. Cuarto, que este gobierno se haya colocado como meta una modestísima reducción de 1% anual para pasar del 24% al 19% de desnutrición crónica en el quinquenio 2006-2011, lo que condenará anualmente a 150,000 niños nacidos a ser desnutridos crónicos, es decir, a ser pobres e inválidos escolares. Quinto, que a contrapelo del relativamente pequeño programa “Sierra Exportadora”, que tiene un jefe nacional con rango de ministro y presencia en el gabinete, la infancia y la lucha contra la desnutrición infantil no tienen un padrino o madrina identificables y visibles, con una jerarquía ministerial equivalente a la de Gastón Benza. Estas cifras inadmisibles dan cuenta de un estado de emergencia moral en el país. Quizá la abundancia de niños no reconocidos o nacidos fuera de los matrimonios formales, incluso por parte de autoridades encumbradas, explique esta falta de compromiso frontal con la infancia, a pesar de las sensibilidades paternas o maternas que muchos oradores pudieran tener en sus fueros internos y expresar en uno que otro discurso. Solamente cuando los niños dejen de ser objeto de ocasionales discursos conmovedores para convertirse en el motivo de preocupación prioritaria y cotidiana de los gobernantes, empezará a revertirse su oscuro destino. Sólo entonces una vez que lleguen a ser adultos, con pleno uso de sus potencialidades, tendrán incentivos para defender la democracia y el Estado de Derecho. Quizá ayude en algo que los integrantes del Acuerdo Nacional salten de identificarse con la puntualidad como valor central (que es algo que no requiere grandes compromisos) a colocar el amor a la infancia como el valor prioritario que una a todos los peruanos.