No deja de sorprender la gran dosis de indiferencia con la que la sociedad peruana ha recibido el informe de la Comisión de la Verdad y sus recomendaciones, y la poca elaboración terapéutica de la que hemos sido capaces los peruanos a propósito de la guerra interna de los años 1970-2000. Las duras evidencias de discriminación contra los campesinos e indígenas que llevaron la peor parte de esta guerra no han sido asimiladas. La tendencia al voto antisistema de los discriminados del Perú en cada proceso electoral sigue siendo tomado como sorpresivo y coyuntural. En ese contexto, resulta de lectura casi obligatoria para quienes quieren comprender qué es lo que nos pasa a los peruanos, el interesantísimo libro del psicoanalista Jorge Bruce «Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo». Al llegar a sus últimas páginas, una cita de Max Hernández me sonó como un campanazo mental. Decía “el Perú funciona como una Sudáfrica solapa” (la del apartheid). Algunos intelectuales tienen ese don de frasear un concepto complejo y poderoso con una frase simple muy decidora. La tesis del libro es que el racismo es un poderoso y omnipresente organizador de la vida de los peruanos, que contamina sus interacciones cotidianas. «Dos peruanos nos encontramos y, sin necesidad de hablar, inmediatamente nos escaneamos y nos ubicamos en este imaginario» es una cita recogida de Walter Twanama para quien las coordenadas para evaluarnos unos a otros en nuestras relaciones incluyen los rasgos físicos, el nivel socioeconómico, el nivel educativo-lingüístico y la calidad de migrante. Esto nos ha sido inculcado desde niños, junto con la convicción de que los blancos son naturalmente más inteligentes y capaces para mandar que el resto de los peruanos. Una de las herramientas sociales que más contribuye a consolidar, legitimar y dar continuidad al racismo es la publicidad que avanza impune en un terreno social lleno de silencios cómplices de quienes en esencia están de acuerdo con el racismo, lo que explicaría la prolongada indiferencia frente a lo que les pasaba a los indígenas peruanos en la guerra interna. Era una forma pasiva agresiva de hacer de cuenta que ellos no existen, que era una manera de expresar el deseo real de que no existan. Si bien los publicistas lo justifican en nombre de una voluntad aspiracional de la gente que aspira alcanzar un determinado estatus y estilo de vida, encarnada en personas que no tienen los rasgos físicos de la mayoría de la población peruana, uno de ellos, Gustavo Rodriguez, sale al frente criticándolos por ser productores de mensajes de exclusión, una extensión gráfica de la que ocurre en la admisión a las discotecas racistas. La otra gran herramienta que perpetúa el racismo es la precaria educación que reciben los sectores discriminados, que permite mantener incólume el mito de su inferioridad biológica. Por su parte el estado se comporta como si esto no ocurriera o no pudiera ser de otra manera, y no hace nada al respecto. Así, el racismo constituye una justificación ideológica para la perpetuación del status quo en el que la distribución de bienes coincide con las categorías raciales, étnicas o culturales que la legitiman. Eso causa un enorme resentimiento social que es crónico en nuestro país. En este escenario el discurso de la valoración del mestizaje funciona solo como coartada, porque si bien oficializa la sexualidad interacial y el melting pot social, en realidad solo es una ficción de tolerancia porque pese a ello nadie quiere reconocerse como cholo por la carga de estigma y denigración. Con ello, la valoración conceptual del mestizaje funciona solo como un placebo que encubre un efecto nocebo (nocivo) El libro también contiene una crítica a los psicoanalistas peruanos que en nombre de sus estrategias terapéuticas han postulado una neutralidad que ha conducido a un silencio con el que le han negado a la sociedad su aporte intelectual. Ese silencio analítico en el fondo no es más que otro síntoma del racismo ya que se usa como un escudo para hacer de cuenta que el problema no existe. Bruce termina citando al psicoanalista Littell que dice que “el racismo, en tanto una de las versiones universales del Mal, nunca podrá ser erradicado”. Bruce piensa que posiblemente así sea, pero que no obstante, “lo que podemos y debemos procurar es comprender el fenómeno en todos sus extremos, a fin de lograr desarrollar la mayor cantidad de antídotos que se encuentren a nuestro alcance. El psicoanálisis no es más uno de ellos” (JB-pag 115) Sin duda, estamos frente a otro valioso aporte de Jorge Bruce que intenta ayudarnos a entender qué nos pasa a los peruanos.