Las reacciones al informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación han vuelto a evidenciar que los civiles, -de los diversos sectores políticos, empresariales y académicos-, y los policías y militares, -de las diversas armas-, se perciben como pertenecientes a mundos excluyentes. Es más, la representatividad de los militares la han asumido militares en retiro, como en ocasiones anteriores, ya que los que están en actividad no pueden declarar autónomamente.
Quizá una de las razones de este divorcio cívico-militar sea las fisuras dejadas en la vida democrática por los frecuentes golpes militares, cuyos líderes justifican la toma de poder aduciendo la incapacidad de los civiles de gobernar eficientemente; luego, vienen los consecuentes recelos y represalias de los subsiguientes gobiernos civiles que reemplazan a los militares. Y así alternativa y sucesivamente, razón por la cual el Perú no ha podido acumular una experiencia de convivencia democrática articulada entre civiles y militares.
Otra razón podría ser que civiles y militares se forman y atienden en instituciones de salud, educación, vivienda y abastecimientos diferenciados, lo que reduce el contacto entre los dos mundos. La idea comúnmente aceptada es que los civiles deben ocuparse de la vida civil y los militares de defender la seguridad y soberanía del país. El resultado es que civiles y militares se ven como si fueran sectores sociales distintos y hasta excluyentes: los civiles no toman en cuenta que los militares y sus familiares experimentan los avatares de la vida civil como cualquier otro peruano, y por su parte los militares no siempre entienden la defensa que hacen los civiles de los valores propios de la civilidad democrática de nuestros tiempos. Quizá llegó la hora de apostar por la complementación en lugar de la diferenciación. Por ejemplo, en sectores como educación, salud, transportes y comunicaciones que tradicionalmente son vistos como sectores cuyas tareas son propias de la sociedad civil, a pesar de los grandes aportes que hacen Fuerzas Armadas en estos temas, especialmente en sectores menos urbanizados y desatendidos por la sociedad civil, como son las zonas marginales, fronteras, comunidades campesinas aisladas, etc. En este marco las Fuerzas Armadas pueden jugar un rol importante en la alfabetización y la educación vocacional u ocupacional, apoyo a wawa wasis, recreación y deportes, campañas de vacunación y atención médica, etc. A la inversa, temas como por ejemplo el análisis de la geopolítica y las estrategias militares, la elaboración de nuevos currículos y opciones educativas para los militares, el uso de la ciencia y tecnología para fines militares, etc. todas ellas son actividades en las que los civiles pueden aportar mucho a los objetivos castrenses. Quizá ha llegado la hora de crear una cultura de trabajo compartido para conocerse mejor, generar confianza mutua y trabajar juntos en tareas de interés común.
¿Por dónde empezar? Podría ser por cosas muy simples.
Se podrían diseñar campamentos pre-militares de tipo scoutico asociados a bases militares, como se hace por ejemplo en Israel, a cargo de oficiales especialmente seleccionados y entrenados para este fin, a los que pudieran asistir voluntariamente por una o dos semanas alumnos de 16 años de diversos colegios. También podrían hacerse algunas expediciones hacia la sierra o selva para trabajos de acción civil y aprender durante esos días algunos secretos de la superviviencia en zonas inhóspitas.
De este modo los diversos jóvenes podrían conocer desde dentro de un cuartel, qué es la vida militar, simular la rutina del entrenamiento militar, recibir la información vocacional sobre sus propias posibilidades de hacer una carrera militar y cultivar vínculos entre civiles y militares que pueden ser muy útiles para incrementar la comprensión mutua que tanta falta hace.
Por otro lado, manteniendo los colegios como espacios de la civilidad, se podría invitar a oficiales de las FF.AA. para explicar a los alumnos su perspectiva sobre asuntos centrales de vida nacional. Otra actividad podría ser la captación de civiles para voluntariados que aporten a la vida y carrera militar. Miles de psicólogos, sociólogos, ingenieros, economistas, pedagogos, historiadores, empresarios, etc. podrían incluir en su agenda algunas horas al año para asistir voluntariamente a las escuelas de oficiales o a jornadas de estudio en los cuarteles y discutir asuntos de interés común cultivando este diálogo de beneficio mutuo.
Estoy seguro que podrían generarse muchas ideas más que promuevan la creación de este vínculo cooperativo y de diálogo educativo entre civiles y militares. Ello tiene una enorme importancia para el desarrollo nacional, que exige de todos que asumamos cooperativamente nuestras responsabilidades para que el Perú sea cada vez más grande, fuerte, próspero, educado y democrático.