Me preguntan por quién votaré y no sé qué decir. No sé si existe la palabra cuatrilema: quise crear una expresión que sea equivalente a la palabra dilema pero que tenga cuatro alternativas y que nos vemos obligados a escoger por una de ellas, cuando cualquiera de ellas tiene sus esperanzas y riesgos, virtudes y defectos.

En la guerra los médicos usan el concepto de triaje para responder a la pregunta: ante gran cantidad de heridos y escasez de recursos médicos y humanos ¿a quién se salva? ¿a quién se deja morir? ¿Cómo escoger y tener la conciencia limpia frente a los muertos?

Los pediatras y religiosos tienen casos más delimitados: si al dar a luz debe morir la madre o el hijo para salvar al otro ¿Cómo escoger y luego tener la conciencia limpia frente a quien muera?
Todos esos conceptos me vienen a la mente cuando pienso en cómo votaré el 5 de junio y creo que me preocuparán mentalmente hasta ese mismo día, en que tomaré mi decisión, sabiendo que cualquiera que sea la opción que escoja lesionará mi deseo de elegir con convicción política y tranquilidad ética.

Como educador, no puedo juzgar a Keiko u Ollanta por los dichos o hechos de sus padres o familiares. Sobran ejemplos de familias en las que padres, hijos y hermanos tienen orientaciones políticas, ideológicas o éticas diferentes y hasta opuestas.

A Ollanta lo he entrevistado en RPP varias veces. Me cae bien. Es receptivo, empático, cordial, amistoso. Ha ido madurando políticamente. Me gusta su énfasis en lo social. Lo que no me gusta es que su plan de gobierno, en los aspectos conflictivos, es contestado con evasivas o sin concordancia con lo escrito en su plan; además, que sus diferentes voceros tienen sus propios libretos. Tampoco me gusta la reciente mezcolanza de técnicos y asesores, las arriesgadas y desfinanciadas propuestas económicas, y su incapacidad de expresar claramente “lo que me diferenciaría de Hugo Chávez es A, B, C, D, E…”

A Keiko nunca me tocó entrevistarla en RPP. La veo estudiosa, calculadora, mesurada pero distante. Sus planteamientos de gobierno resisten bien la confrontación de los expertos y es coherente con lo que está escrito en su plan. Sus técnicos y voceros principales me parecen inteligentes y serios en los temas económicos. Lo que no me gusta es su tesis de que recién se enteró sobre Montesinos en 1999 ni su libreto de que “Alberto era el bueno y Vladimiro el malo”. Eso pone en duda su capacidad de diferenciar sustancialmente su estilo de gobierno del de su padre y frenar los impulsos autoritarios de todo gobernante, contaminando su promesa de libertad y democracia.

El voto en blanco no me parece buena opción porque en el Perú puede ser llenado por otros. El voto viciado siendo legítimo porque evita tener que elegir a alguien con quien uno no simpatiza y permite que sean los convencidos los que decidan lo mejor para el Perú, en este caso particular, en mi caso, siento que a la larga me hará cómplice de cualquier posible desenlace fatal del próximo gobierno.

Conozco gente valiosa y confiable en ambos lados. También conozco a los opuestos, ya sea por su fanatismo o sus limitaciones intelectuales, académicas o éticas. ¿Cómo votar?

Lamento no poder ofrecer un mejor analisis a mis lectores y que esta columna solo haya contribuido a compartir mis tribulaciones. Creo que muchos seguiremos observando y deliberando indecisos hasta el 5 de junio y que al final tendemos que hacer un voto de sacrificio al escoger alguna de las opciones que no hubiera sido nuestra preferida porque no nos produce identificación y confianza.

Lo que es claro es que en este quinquenio más que nunca el Congreso jugará un rol decisivo para que cualquiera que salga elegido, sienta que tiene que gobernar bien y rendir cuentas por sus actos. La ciudadanía y los gobiernos regionales tendrán que mostrarse fuertes ante cualquier desviación que desestabilice al país.