Blog, Correo 20 11 2020

Cae por su peso que los colegios no pueden ser indiferentes a las realidades políticas del país, tanto por su magnitud e impacto en la vida de todos los peruanos, como por la forma moderna de educar para construir ciudadanía incluyendo la discusión de los acontecimientos que definen la vida cívica y democrática del país. La pregunta es cómo hacerlo.

Una opción es la indiferencia. “No está en el libro, no está en el programa, no sabemos que decir, así que mejor no tocarlo”. Eso implica una lavada de manos que lo único que hace es transmitirles a los alumnos el mensaje “las cosas importantes de la vida no tienen cabida en la escuela”. Eso, que en muchos lugares también se hace por ejemplo con temas vinculados a la vida sexual o a la discriminación, está muy lejos de contribuir a la educación ciudadana y solo consigue alejar a los alumnos de la imagen de la escuela como lugar en el que se pueden discutir las cosas que más los inquietan.

Otra opción es traer los temas polémicos a clase, pero de un modo tal que la postura personal del profesor termina siendo la guía para la conducta de los alumnos, a partir de la elección de argumentos y juicios de valor que el profesor aporta en sus clases. Eso sin duda supone de modo explícito o subliminal una manipulación de los alumnos para que se identifiquen con la postura que el profesor considere la correcta, y que bajo ese criterio, podría ser distinta de profesor a profesor, si es que cada uno se dedica a ventilar su visión personal. Regresando al caso anexo que mencione sobre la educación sexual, no es el rol del profesor definir cuál debe ser la opción correcta para la vida sexual de las personas o las parejas, partiendo de ejemplificar o explicitar su postura personal. Puede crear las condiciones para hablar de la paternidad y maternidad responsable, de la importancia de las relaciones consentidas, del derecho a elegir la pareja sexual que cada cual valora, etc. pero sin manipular a los alumnos para que hagan las cosas que para el profesor son las correctas (y quizá no lo son para otros profesores, sus padres u otros personajes significativos para su vida).

Del mismo modo se puede hablar de las marchas como una de las expresiones del activismo político de los ciudadanos, de la importancia de buscar diversas formas para expresar la disconformidad con las cosas que andan mal en nuestra sociedad, del rol de la autoridad para mantener el cauce pacífico de las actividades que requieren límites, pero eso es muy distinto de alentar a los alumnos para que vayan a marchar, o a la inversa, decir o insinuar que los que asisten a las marchan son unos vándalos que quieren destruir el estado de derecho. Allí es donde la escuela se convierte en el espacio de debate que enseña a los alumnos a deliberar y aquilatar los diversos argumentos en juego, permitiendo que cada uno construye la postura con la que más se identifica.

Algunos profesores no siempre cuidan su rol docente, aunque transgredirlo está prohibido en varias disposiciones legales que se derivan de la Ley de Reforma Magisterial Nº 29944 del 25/11/2012 (que establece entre los causales de cese temporal del docente Artículo 48. g) Realizar en su centro de trabajo actividades de proselitismo político partidario en favor de partidos políticos, movimientos, alianzas o dirigencias políticas nacionales, regionales o municipales. Y, entre las causales de destitución, el Artículo 49. h) Inducir a los alumnos a participar en marchas de carácter político).

La tercera opción, que particularmente me parece la más respetuosa del proceso de construcción de valores democráticos de parte de los alumnos (que por lo demás son muy influenciables por sus profesores), es el que abre los espacios para que los alumnos se informen y conversen sobre estos temas, sin pretender prestigiar o desprestigiar alguna postura en particular, sea mayoritaria o minoritaria, dado que son motivo de controversia.

La formación ciudadana no incluye imponerles a los alumnos nuestras posturas particulares -aunque sea subliminalmente- sino abrir los espacios de conversación, confrontación, información, para que entiendan las posturas en conflicto y puedan construir su propia visión de las cosas, que es probable que incluya siempre posiciones diversas entre ellos. Es allí donde cada profesor pone en juego toda su capacidad de ser facilitador y moderador, generador de opciones de empatía para que los alumnos entiendan las posturas contrarias, distanciándose del rol de adoctrinador o estigmatizador. Si un alumno puede comprender las diversas opciones en juego, analizar, confrontar, valorar y optar por la que particularmente le parece más convincente, estará mejor preparado para la vida democrática que si se identifica acríticamente con la posición del profesor o de la mayoría, que es algo más propio del fanatismo o los regímenes dictatoriales.

Obviamente no estamos hablando de desconocer aquellos asuntos sancionados democrática y legalmente como por ejemplo la censura al terrorismo, la corrupción, la violencia o a toda forma de discriminación, pero eso es distinto cuando en el terreno político se dan cosas menos unívocas y más controversiales, más aún, cuando aún no han sido resueltas por las instancias legales democráticas responsables de hacerlo.

Me imagino que la mayoría de los profesores lo saben, pero valga la oportunidad para reiterarlo dado el contexto de lo que nuestro país está viviendo.

PD: Personalmente yo he tomado posición de aprecio y admiración a quienes al marchar han representado el sentir de buena parte de la población, y así lo he escrito en mis espacios de comunicación pública. Sin embargo, no se me ocurriría apremiar a mis alumnos a que piensen como yo. Y si alguno leyó lo que escribí y me lo menciona, le mostraré fuentes que se distancian o confrontan con mi posición, como lo hago usualmente.

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