No es lo mismo para una persona común comprar mascarillas en plena pandemia que cuando ésta no existe. O para un inversionista tomar decisiones en un ambiente de estabilidad frente a uno de inestabilidad, o adquirir una vivienda cuando uno tiene un buen empleo que cuando uno no lo tiene.

Recuerdo que cuando entrevistaba políticos rivales en RPP, tenían una relación mucho más cordial con el micrófono apagado que cuando estaba encendido; allí dejaban fluir toda su hostilidad. El contexto es tan importante como el texto, o sea, el contenido de la acción.

Los errores de las predicciones electorales tan comunes en el Perú como ahora en Estados Unidos no se deben a que éstas estén mal hechas, sino a que estas predicciones cambian cada día conforme cambia el contexto para el votante. No es lo mismo contestar una encuesta telefónica, una “face to face” (días antes del acto electoral), opinar sobre el voto con colegas, con amigos cercanos, con la pareja, con el público en una conferencia o marcar el voto en el acto electoral mismo, luego de haber escuchado las últimas noticias, haber conversado en la cola con otros votantes, y repasado los temores o esperanzas más íntimos respecto a los resultados.

No es de extrañar que los atletas, así tengan excelentes marcas en sus entrenamientos, no las repitan a la hora de la competencia, intimidados por los rivales, o que los escolares a solas se comporten de una manera pero en grupo lo hagan de otra, muchas veces opuesta a la que sería su postura personal.

Siendo así, es importante que desde que son escolares las personas aprendan a entender las cosas de la vida y los eventos históricos siempre de modo contextualizado a las circunstancias específicas en las que éstos ocurren. No es lo mismo juzgar a Colón como genocida con los ojos de los cronistas del siglo XVI que el de los creyentes en los Derechos Humanos del siglo XXI; o analizar las decisiones de los militares en el contexto de una batalla que en el de un aula de clase académica años después; o decisiones empresariales o gubernamentales en contexto de recesión o de expansión económica; o interesarse por el mundial de fútbol dependiendo de si el Perú participa o no de este torneo y si está cerca o no de clasificarse. No es lo mismo decidir tomar hidroxicloroquina antes de la recomendación contraria de la FDA que después de ella, o leer Romeo y Julieta en pleno trance amoroso o cuando uno acaba de dejar a su pareja, o hablar de contaminación ambiental en La Oroya, Piura o Iquitos.

Ese riesgo de estudiar cosas fuera de contexto no solo dificulta el entendimiento de cualquier tema de estudio, sino que además impide el cultivo de la empatía, que es esa capacidad de ponerse en el tiempo/lugar del otro para entender por qué hace lo que hace, sin partir del juicio de que todo lo que el otro hace que sea distinto a lo que yo creo o deseo está equivocado (como les ocurre a los simpatizantes de un partido político o equipo de fútbol respecto al otro, o al entendimiento de las conductas de gobierno/oposición, empleador/empleado, esposo/esposa, profesor/alumno, etc.)

Esta dificultad de contextualizar y ser empáticos se construye desde que en el colegio se estudian los diversos temas en función de una sola versión o respuesta correcta (la del profesor, libro o estándar), y además, cuando se segmenta el “saber” por áreas, que está contenido en actividades que fueron pensadas y escritas en momentos históricos y contextos distintos a los que se dan en un salón de clases específico.

De allí la importancia del estudio interdisciplinario y contextualizado de todos los temas, de disolver las fronteras de las áreas curriculares y dejar de proponerle a los alumnos que resuelvan problemas esterilizados, descontextualizados de las circunstancias específicas en las que estos ocurren, como si los eventos históricos no tuvieran nada que ver con la geografía, la economía, la ciencia, el arte, las tradiciones o los liderazgos del momento.

Una de las formas de hacerlo es trabajar por proyectos de investigación que partan de problemas de la vida real, que además de ubicar al estudiante en el contexto real presente y la motivación de proponer una solución, le proporcionan todas las posibilidades de ser empático y de entender estos temas desde todas las dimensiones en los que estos ocurren.

Creo que ya es hora de que nos preguntemos en serio por qué parecería que los alumnos que terminan el colegio luego de 11 años de escolaridad “no saben nada” de la vida real ni del mundo en el que viven, y por qué no hay mucha relación entre sacar buenas notas, desempeñarse adecuadamente como ciudadanos plenos y éticos, y tener un compromiso militante con el bien común. Ya es hora de preguntarnos qué significa ser un ciudadano pleno en estos tiempos y de qué modo la escuela puede contribuir a que logre serlo.

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