El Perú está dormido. Si no lo estuviera, ya estaría dando la gran batalla por la educación. Gobierno y empresarios, los dos actores más poderosos del país, mantienen marginada la educación de sus agendas prioritarias. Mientras tanto, estamos condenándonos a ser parte del cuarto mundo, sin mayor capacidad de repunte en lo ético, económico, productivo y social. Veamos:

En diciembre El Comercio publicó un informe dramático sobre la absoluta incapacidad del sistema educativo peruano de lograr que sus alumnos alcancen los objetivos para los cuales se les obliga a ir a la escuela. En dicho informe se muestra que de cada 100 alumnos que ingresaron al primer grado en 1988, solo 20 egresaron de quinto año de secundaria en 1999, luego de aprobar sus seis años de primaria y cinco años de secundaria. Es decir, en el 80% de los casos la escuela peruana fracasó en lograr sus objetivos. ¿Alguna empresa en el mundo podría durar 24 horas en el mercado con tal tasa de ineficacia? Este es un desastre nacional. ¿A quien le importa? ¿A quién moviliza? ¿A quién le quita el sueño?
Con ese nivel de ineficacia, quizá tendría sentido cerrar todas las escuelas para que dejen de dañar a los alumnos, hasta que les pueda ofrecer retos en los que pueda tener éxito. A juzgar por las cifras, lo que mejor sabe hacer la escuela es promover el fracaso de los alumnos. Por ello, en lugar de jalar a los alumnos culpándolos de no estudiar, habría que jalar a la escuela y a todos aquellos que la diseñan y que la hacen funcionar tan mal. Sin embargo, la situación sobresalta a muy pocos.
¿El presidente Toledo y el ministro Kuczynsky, que son economistas tan versados en el manejo de cifras, no se dan cuenta de esta tragedia nacional? ¿No se dan cuenta de que el Perú hace años que viene derrochando ineficazmente los pocos recursos que tiene en una educación que no está diseñada para responder a las realidades de nuestro país? Así como cuando hay una catástrofe natural el Gabinete debe reaccionar en conjunto para solucionar los problemas, del mismo modo la catástrofe de la educación peruana debe ser atendida por el conjunto del gobierno. Relegarlo a lo que el Ministerio de Educación buenamente pudiera hacer por sus propios medios, recortándole además sus presupuestos, es una pérdida de tiempo.
Por su parte el ministro Nicolás Lynch ha sugerido que su sector cree un consejo nacional de educación para ver estas cosas. Sin embargo, esto no serviría de mucho, porque los grandes problemas de la educación requieren de la articulación de los quehaceres de todos los ministerios, especialmente Salud, Mujer, Trabajo, Industrias e Interior. Colocar la comisión nacional en el sector educación equivaldría a colocar la Comisión de la Verdad como una dependencia del Ministerio de Justicia. Es decir, rebajaría su categoría y alcances.
El otro gran actor que está ausente en esta batalla es el empresariado. ¿Qué han hecho frente a esto los empresarios que son los insatisfechos consumidores de los egresados del sistema educativo peruano? Muy poco. El empresariado parece no entender que ante el debilitamiento del Estado y la clase política, el único actor poderoso que tiene la presencia y el poder suficiente para poner los grandes temas en la agenda es el mismo empresariado. ¿Se puede pedir acaso a los maltratados y debilitados maestros peruanos que lideren una batalla que los más poderosos e influyentes actores económicos del país son incapaces de pelear? Los gremios siempre hablan de la importancia de la educación, pero hacen poco para colocarla en la cabeza de su agenda de prioridades. Total, las palabras no pagan impuestos.

Así, no llegaremos a ninguna parte.