Año a año, con motivo del “Día del Holocausto y el Heroísmo” los dirigentes y expositores invitados repiten frases equivalentes a “recordar; nunca olvidar”. No sólo porque somos los hijos adoptivos de las víctimas del genocidio que decimos un kadish por todos los que no tienen quien lo diga por ellos, sino porque somos los testigos vivientes de un horrendo episodio que está llamado a repetirse si no lo prevenimos. El mejor aliado de un nuevo crimen es el olvido y la impunidad del anterior.
Sin embargo, le tomó casi una generación al pueblo judío y al estado de Israel asimilar esta misión e incorporar el estudio del holocausto como una materia específica en el currículo escolar. Curiosamente se habían aliado las antípodas en un objetivo común: por un lado los judíos que no querían recordar para que su alma no siga sangrando, y por otro lado los nazis que querían limpiar la mancha histórica del genocidio que afectaba el resurgimiento de su movimiento. Junto a ellos, los árabes que sostenían que no habiendo existido holocausto alguno no había justificación al refugio territorial que le regaló la ONU a los judíos sobrevivientes de la guerra.
Aprendimos varias lecciones. Una de ellas, no avergonzarnos de reclamar justas reparaciones para los sobrevivientes ni esperar que el tiempo debilite el recuerdo. Otra, que si no estamos en la primera línea del recuerdo, del enfrentamiento a los negadores y la difusión de estos hechos, de la promoción de la legislación que persiga a perpetuidad y sancione a los criminales, seremos cómplices del olvido, y por lo tanto, de una posible repetición de alguna forma de exterminio, nuevamente ante la indiferencia de la humanidad.
Dicho esto, me pregunto si la “Asociación Judía del Perú” como institución y los correligionarios peruanos a título individual no tenemos algo que decir frente al vapuleado informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación. Este informe irrita a quienes se sienten tocados por algunas de sus líneas, que a la vez que revelan los horrores perpetrados por los senderistas y emerretistas, también señalan los inaceptables excesos de la represión, la incompetencia de muchas autoridades y la indiferencia de importantes sectores de la población.
No es que la verdad le pertenezca a esta comisión. Ella tan sólo nos está dando nuevas herramientas para descubrirla, para que cada uno use sus propios anteojos éticos y políticos para juzgar los hechos. De paso, le está dando al estado peruano la oportunidad de denunciar a los actores del horror, y de reparar a las víctimas por los daños sufridos.
¿Nos quedaremos sin decir nada?

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PREVIAMENTE, LEÓN TRAHTEMBERG EN “EL COMERCIO” 19 08 2003

Comisión de la Verdad y Reconciliación
La hora de la verdad

Esta es la hora de la verdad para quienes hablan de educación en valores. No aquellos que se encarga con escaso éxito para que los profesores enseñen a los alumnos, sino aquellos que emanan de la todopoderosa educación del ejemplo que los políticos y líderes de opinión tienen ahora a su alcance, a través de la actitud que adopten frente al informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación.
Ello pondrá a prueba nuestra capacidad de vivir de acuerdo con los valores cívicos que pregonan autoridades, políticos e intelectuales. Especialmente, el de la reconciliación de los peruanos consigo mismos una vez confrontados con la verdad, no solo del terrorismo criminal, sino también de la apatía de la sociedad civil y las múltiples falencias aún vigentes del Estado y la nación peruana, que sirvieron para alimentar las doctrinas subversivas. Es decir, corrupción policial, judicial y política, displicencia estatal, etc.
¿Significa eso perdonar y liberar a los terroristas criminales? De ninguna manera, porque la reconciliación no significa dejar de identificar y sancionar a los criminales. Significa tratar de entender qué nos pasó y cómo podemos mirar el futuro sin el lastre de una historia fracturada, turbia y mal elaborada que en cualquier momento se puede repetir. De hecho, una poderosa razón por la que la corrupción de la década pasada fue posible es que ninguna de las corrupciones anteriores fue develada y castigada a tiempo, protegidas por la impunidad derivada de las componendas entre los grupos de poder. Si no se extirpa el tumor maligno, este hace metástasis. En ese sentido Sendero Luminoso y la mafia fujimontesinista representan la metástasis de los grandes males acumulados que no fueron debidamente encarados ni tratados a lo largo de nuestra historia.
El papel de la CVR para dibujar correctamente el panorama es muy complicado. Por un lado, todos los peruanos fuimos víctimas de la subversión y estábamos ansiosos de que los gobernantes y FF.AA. pusieran fin a nuestra inseguridad. Por otro lado, hay que lidiar con el ánimo negativo hacia las Fuerzas Armadas que dejó como herencia la corrupta y delictiva cúpula militar, que empañó al conjunto de la institución, debilitando su credibilidad en cuanto a la corrección en la lucha contra la subversión. Eso dificulta separar los inaceptables desbordes de violencia de los militares, de las acciones propias de un combate contra la subversión para el cual fueron llamadas las FF.AA. sin tener el entrenamiento debido. Eso exige separar las pasiones políticas, las culpas de las cúpulas, los concretos e inaceptables desbordes criminales, de las acciones de guerra que lamentablemente causan muertos y heridos en combate. Resulta fundamental entonces mantener la debida asimetría entre la gran responsabilidad criminal, institucional e ideológica de los grupos subversivos, y las responsabilidades de quienes se han identificados como individuos que premeditadamente violaron los derechos humanos.
La CVR merece reconocimiento por el valiente esfuerzo que realizó un grupo de peruanos calificados. Seguramente muchos discutiremos sus conclusiones y recomendaciones. Pero no se les puede negar el mérito del trabajo serio y responsable, que sin duda le aportará al Perú revelaciones importantes sobre nuestro pasado, las cuales serán muy útiles tanto para nuestra actual lucha contra la subversión como para la construcción de una sociedad que sea cívica y mentalmente sana.
Esperemos el informe con ánimo positivo y agradezcamos a los comisionados por la tarea realizada. Ojalá ellos también encuentren espacio y tiempo para sanar las heridas del alma que se les deben haber abierto, luego de presenciar a diario la inmensidad del horror.