En los muchos años de amistad que comparto con sacerdotes y pastores los he oído decir que el cristianismo es la religión del amor, mensaje opuesto al que experimenta quien ve la película La Pasión de Cristo. “Sólo los judíos protestan” dicen quienes buscan neutralizar las críticas tanto de judíos (me incluyo) como de cristianos mortificados por las distorsiones, omisiones y falsedades incluidas en la película. Intentaré explicar los motivos de nuestra preocupación, empezando por los hechos históricos.

No es históricamente cierto que el gobernador Poncio Pilatos fuera un dubitativo y benévolo funcionario romano, cuando se sabe que fue el despiadado responsable de miles de muertes, en su mayoría judíos acusados de agitación contra el esclavista y opresor imperio romano. Además, Pilatos jamás escuchó a las multitudes ni tenía autoridad para indultar a Jesús y canjear su vida por la de Barrabás, atribución que sólo tenía el César (jus gladii).

Es igualmente errado atribuirle tanta representatividad judía al Sumo Sacerdote Caifás, que no era el “sabio elegido por su generación”. Era un mero funcionario burocrático escogido y nombrado por Pilatos para administrar sus intereses y mantener controlados a los judíos, al igual que hacía con otras autoridades que designaba para gobernar otros pueblos conquistados. Es más, Caifás era saduceo, secta judía aliada del poder romano, que era objeto de rechazo de la mayoría del pueblo judío.

Jesús era un líder judío que se había sublevado contra la opresión romana y había despertado simpatías y esperanzas en un gran sector judío que lo seguía. Precisamente por eso Pilatos lo mandó detener y lo castigó con la crucifixión, pena aplicada por Roma a los insurrectos incluyendo al denominado “Rey de los Judíos” (Lex Julia Majestatis). Esa fue la razón por la que fue capturado casi a escondidas. Si la muchedumbre judía hubiera tenido la oportunidad de manifestarse lo hubiera hecho para defender a Jesús, y jamás para condenarlo como lo muestra la película. Por lo demás, el Sanedrín jamás sesionó de noche y hubiera sido imposible juntar a sus 70 miembros para una sesión de emergencia en vísperas de la Pascua Judía en la que tuvo lugar la “Ultima Cena”.

Es importante comprender que los evangelios fueron escritos por los seguidores y creyentes en Jesús dos generaciones después de su muerte, basados en la transmisión oral de la historia de su pasión y muerte, en el contexto de un represivo imperio romano y un ambiente crecientemente antijudío por parte de los primeros cristianos, que buscaban diferenciarse de aquellos que no reconocían a Jesús como Mesías. Esto inevitablemente predispuso la narración de los evangelios en contra de los judíos, por lo que para los historiadores no puede ser la única fuente para conocer la verdad de los hechos. Esta predisposición antijudía se acentuó aún más cuando Roma asumió oficialmente el cristianismo en el siglo IV y las autoridades católicas relativizaron todavía más la culpa de Roma en el deicidio, exacerbando el rol conspirador de los judíos, que eran sistemáticamente satanizados.

No discuto el valor teológico de la Biblia, o del Nuevo Testamento, escrito por los cristianos para los cristianos. Sin embargo, cuando se quiere convertir la verdad teológica en la verdad histórica y a través de ella colocar a los judíos en un rol perverso y demoniacal, creo que es lícito demandar la confrontación de las fuentes y la adecuada representación del rol de los judíos en esa época.

A pesar de que Jesús, María, José, Juan, Pedro, Simón, Verónica, etc. fueron judíos, la película parece diferenciar a “los judíos buenos” -que dejarían de serlo al fundarse el cristianismo- de los judíos perversos, sanguinarios y sádicos, que conformarían esa masa de siniestros y aviesos personajes presentados en la película como deicidas carentes de compasión, cuyos descendientes serían los judíos que continuaron siéndolo hasta hoy. Esos que a lo largo de la historia han sido objeto de persecuciones y matanzas, especialmente cada vez que en Semana Santa se escenificaba la Pasión. Así, sobran los motivos de preocupación y acierta Fernando Vivas cuando al tomar distancias de la película dice: “Ese Cristo (de Gibson) quiere Sangre”.

Esta película lamentablemente desata muchas cuidadosas puntadas que la Iglesia Católica ha dado en los últimos 40 años para cumplir las recomendaciones del Concilio Vaticano II de 1965, que condena el antisemitismo y el concepto de “pueblo deicida”. Lo que Mel Gibson ha hecho es crucificar por enésima vez a Jesús, aunque esta vez lo ha hecho junto con Juan XXIII, Juan Pablo II y tantísimos representantes del cristianismo que han procurado reconciliar a judíos y cristianos para superar odios acumulados.

Estoy seguro de que si Jesús volviera al mundo terrenal jamás avalaría esta película. Su mensaje de amor y paz está muy lejos de verse proyectado en ella.