Mi anterior columna “La enésima crucifixión” motivó a muchos de los lectores de mi columna semanal a escribirme e-mails cubriendo todo el espectro de opiniones. Hubo las de reconocimiento de quienes querían conocer la mirada de un judío sobre la película de Mel Gibson y que pudieron conocer además argumentos históricos que antes no habían leído. Hubo las de quienes dijeron que debíamos dejar de lado este tema porque la única finalidad de Gibson había sido la de hacer una película que sea un éxito taquillero para su beneficio personal, usando la famosa clave del éxito televisivo “sangre más violencia producen lágrimas y dinero” y más aún tratándose de un tema que compromete la fe. También hubo las de quienes se habían irritado porque no toleraron que yo tocara temas sensibles del catolicismo, como son los episodios críticos de la Pasión narrados en los Evangelios. Posiblemente en esta diversidad de reacciones radique el valor de lo que escribí en dicho artículo sobre la “Pasión” y la película que pretende recrearla, porque ha permitido confrontar al lector con sus propios conocimientos y creencias, pero además con su propia manera de reaccionar cuando lee algo que es diferente o hasta opuesto a sus creencias.
Quizá sea oportuno hacer previamente un apunte religioso personal. Yo creo en Dios. Llegué a esa convicción sin imposiciones, a través de la discusión continua con mis maestros de los temas centrales del relato bíblico, la tradición judía, la historia y de mis cuestionamientos existenciales adolescentes. Descubrí que la creación del mundo tiene que haber derivado de una voluntad creadora sobrenatural, y que nuestra existencia debe tener una finalidad que trasciende a nuestra propia comprensión. Decir que el mundo tiene algún sentido, para mí equivale a decir que Dios creó el mundo y al hombre, para que este siga creando… De modo que no soy ateo, tampoco soy un anticatólico. En ningún momento he discutido el carácter sobrenatural del nacimiento de Jesús, sus milagros o su resurrección. Eso corresponde a la esfera de la fe de cada cristiano que respeto plenamente. Lo que he cuestionado son algunos aspectos del relato del Evangelio que presentan negativamente al pueblo judío y que han sido planteadas a lo largo de la historia como verdades incuestionables, pese a que hay fuentes históricas y legales que las cuestionan. Y lo que es más grave, fueron el origen de la acusación del deicidio y del “castigo” de andar errantes por el mundo, del que se derivaron las inquisiciones, cruzadas, persecuciones y el holocausto que causaron la muerte de millones de judíos.
Retomando lo dicho al principio creo que hay lugar para una reflexión adicional sobre los estilos educativos vigentes en el Perú. Hay educadores que creen que la enseñanza escolar debe ser normativa y hasta dogmática, que los niños deben aprender por repetición y memorización las grandes verdades de la ciencia, literatura, el arte o la religión. El problema es que esos niños mañana podrían robar o mentir y a la vez repetir “no debo robar ni mentir”, o podrían cometer atentados criminales recitando algún texto sagrado sin sentir conflicto alguno, porque el discurso que son capaces de recitar sobre valores, no necesariamente refleja que los hayan interiorizado y que actúen según ellos.
Otros educadores pensamos que los aprendizajes significativos son aquellos que se asimilan solamente después de analizar, contrastar, descubrir y digerir argumentos, al estilo del moderno constructivismo. Quizá sea un proceso más arduo o doloroso, pero será la síntesis personal que el joven haga de los hechos y argumentos la que modelará su pensamiento, convicciones y conductas. Eso no lo hace inmune a la trasgresión, pero sí más consciente de sus actos. Eso es aplicable a la Matemática, Biología, Literatura o Religión. Que un joven judío al estudiar la Biblia cuestione la existencia de Dios o la separación de las aguas del mar a la salida de Egipto, no debe asustar a ningún educador, como no debería hacerlo que un joven católico cuestione algunos dogmas de su religión. Tampoco debería alarmarlo que se contrasten las escrituras de cualquier expresión de fe a la luz de las fuentes científicas, históricas o legales de distintos tiempos, como hice la semana pasada. Es a partir de la búsqueda de un sentido trascendente a los misterios de la vida y del relato bíblico, evangélico u otro que los niños irán construyendo su fe, y no a partir de las camisas de fuerza que alguien le coloque a su alma infantil. Quien opta libremente por creer en los misterios sobrenaturales de su fe, podrá organizar libremente su vida en función de los valores que emanan de ella.