Hay dos países que se llaman Perú pero que significan cosas totalmente diferentes para cada uno de sus habitantes. Están los habitantes del “Perú 1”, que nacen en hogares ricos o de clase media, que asisten desde los dos años a centros iniciales y luego a colegios y universidades privadas, o eventualmente a las facultades más prestigiadas de algunas universidades públicas, luego se postgradúan en el extranjero, y seguidamente entran con ventaja al mundo empresarial, heredando el patrimonio o los negocios familiares, u ocupando los cargos privilegiados en la industria, comercio y profesiones liberales. Desde temprana edad tienen profesores particulares para atender sus dificultades escolares, asisten a costosas discotecas y restaurantes, se compran ropa de marca, viajan de vacaciones al extranjero, etc.
Por otro lado están los habitantes del “Perú 2”, que nacen en hogares muy pobres, que con suerte asisten a un wawa wasi de un sol por día para luego esperar tres o cuatro años para acceder a un colegio estatal, generalmente en estado ruinoso y sin facilidades didácticas ni de infraestructura y usualmente sin maestros adecuadamente formados y remunerados. Mal nutridos y alimentados, en las zonas marginales o rurales estos niños usualmente caminan largas jornadas para asistir al colegio, o viajan en microbús aquellos días que les alcanza para el pasaje. Si tienen dificultades escolares repiten los cursos o grados, sin opción a un apoyo externo, por lo que suele tomarles 15 años en lugar de 11 el terminar el colegio, del que además egresan sin saber casi nada. Por eso deben ir a academias una y otra vez, si logran costearla.
Una vez que ingresan a la universidad estatal, están condenados a ambientes de trabajo y laboratorios que dejan mucho que desear y a catedráticos y bibliotecas desactualizadas. A la hora de postular a un trabajo, la mayoría queda fuera del mercado laboral o tiene que resignarse a puestos con remuneraciones bajísimas, en los cuales usualmente estarán bajo las órdenes de los profesionales que egresaron del “Perú 1”. Por supuesto que hay matices intermedios en ambos casos, pero para fines didácticos permítanme la licencia de la dicotomización.
La pregunta central para la peruanidad es ¿dónde se encuentran los peruanos del “Perú 1” con los del “Perú 2” para socializar, conocerse, interactuar, construir una visión de país compartida, coparticipar en proyectos de igual a igual, ser solidarios unos con otros ? Si no encontramos o creamos esos espacios de encuentro, estamos condenando a los peruanos a vivir en dos ghettos incomunicados en los que unos no tienen nada que ver con los otros.
Antiguamente, la escuela pública ofrecía ese espacio de encuentro. Hace medio siglo que ya no lo hace. En algunos países era el servicio militar. En el Perú hace un siglo que no lo es. Hasta hace dos décadas la universidad pública era una opción. Paulatinamente, ha dejado de serlo.¿dónde se encuentran los peruanos del “Perú 1” con el “Perú 2”?
La tragedia de no tener esos puntos de encuentro es que nadie puede apreciar a quien no conoce. Nadie puede jugársela solidariamente o compartir sueños y proyectos de quienes no conoce, no siente, no comparte experiencias. El resultado evidentemente es la fractura nacional, lo cual no le augura al Perú ninguna viabilidad como nación.
Propongo que pensemos en crear esos espacios de encuentro. El primero, el más inmediato, el de las universidades públicas que deben ser rescatadas para el conjunto de la nación peruana. Los otros, requieren un poco más de elaboración. Por ejemplo, campamentos ecológicos vacacionales inteligentemente diseñados y conducidos, para que los peruanos de todas las sangres compartan experiencias de supervivencia, primeros auxilios, conocimiento de las fronteras, etc. El secigra puede ser otra oportunidad de encuentro. Otros espacios podrían ser prestigiadísimas escuelas estatales de artes plásticas, ciencias, tecnología de vanguardia, teatro, música, deportes, que cuenten con los mejores profesores del país, que ofrezcan integración social y excelencia, al que podrían asistir jóvenes previamente seleccionados en base a sus méritos sociales y talentos, y no por su condición económica.
Como estos, se pueden diseñar muchos espacios más. Lo que se requiere es una clara conciencia de que la integración nacional no pasa por integrar a cada peruano con su propia clase social, sino convertir al Perú en un gran espacio de encuentro de todas las sangres, culturas y voluntades. Solo así podremos apostar e invertir todos juntos por un gran Perú. Estoy seguro que muchos peruanos estaríamos dispuestos a colaborar en el diseño de estos proyectos, tanto a nivel regional como nacional.