El notable filósofo de la educación Eliezer Schweid, tiene una visión pesimista del futuro de las reformas educativas en países como Israel (y yo agrego al Perú), en cuyos sistemas educativos se han instalado estructuralmente cuatro problemas cuya eliminación requieren un liderazgo y coraje que no están a la vista.
El primer problema es el de la relación de la escuela con la comunidad, especialmente con los padres que cada vez son más críticos y a la vez indiferentes a ella, y al interior de la escuela, entre los alumnos y los profesores así como la escuela en su conjunto. Los programas más exitosos del mundo fracasarán si el profesor no encuentra el ambiente de disciplina, la tranquilidad mental, la concentración y la disposición positiva de los alumnos para hacer suyos los contenidos.
El segundo problema es el de los productos educativos –conocimientos y habilidades- que la escuela quiere que los alumnos se lleven consigo para poder ingresar al “paraíso académico”: la universidad. Es evidente que los logros de la escuela distan mucho de ser satisfactorios.
El tercer problema es el de los mensajes que se supone que la escuela debiera trasmitir, pero que ya casi no trasmite. La educación es esencialmente un proceso de socialización cultural, es decir, la transmisión de una herencia cultural mediante la cual se prepara a los jóvenes no solo para llegar a ser buenos profesionales sino también para aportar al desarrollo de sus personas y ser responsables con la sociedad en su conjunto. El problema es que esto es imposible lograr en una escuela que renunció a ser un centro educativo al convertir la aprobación de los exámenes de ingreso a la universidad en su principal razón de ser.
El cuarto problema consiste en entender que la educación debe promover el desarrollo del individualismo que cada vez más cede paso al comportamiento de masas y al egoísmo. Solo los individualistas de verdad aportan a la sociedad a partir de su sentimiento de responsabilidad social que les permite desarrollar y cultivar su personalidad, lo que constituye el campo de cultivo de su creatividad en vez de conformarse con el consumismo, que es más bien la expresión del egoísmo.
La personalidad se desarrolla mediante la confrontación de los jóvenes con los problemas sociales dentro de cierto contexto cultural, y la escuela debería darles el refuerzo espiritual y cultural para poder lidiar con estas confrontaciones, cosa que no hace hoy en día.
¿Cómo llegamos a esta situación? Debemos rescatar la educación humanista del pasado, que veía la educación como un proceso de socialización cultural y desarrollo de la personalidad independiente. Los cambios en la educación se dieron en los años 1960’s a raíz de que los fundamentos socio-económicos de nuestras naciones empezaron a girar hacia los modelos de economía de mercado, abundancia, competitividad y globalización. Se buscó que adaptar el sistema educativo al modelo capitalista (meritocrático) y la conversión de los diplomas del bachillerato y las universidades en la meta central del proceso educativo. Los exámenes dejaron de ser parte del proceso educativo para convertirse en la meta del mismo y éstos se convirtieron en parte inseparable del destino de los alumnos y profesores.
En una sociedad con tantas fracturas internas como la israelí –inmigrantes/nativos, religiosos/laicos, occidentales/orientales, judíos/árabes, etc.- (y la peruana no lo es menos), este enfoque agudizó los conflictos y las contradicciones, y en lugar de que la educación cumpliera el rol de la integración terminó segmentando la escuela según el esquema capitalista, dando en esta “selección natural socio-económica” todas las ventajas a los sectores privilegiados.
En lugar de procurar la “integración” e inclusión se pasó a la “compensación” para procurar la “igualdad de oportunidades” que permitiera poner a todos los alumnos en condiciones de correr en la misma carrera para llegar a la misma meta, cosa que no pasaba de ser una ficción, porque aunque se colocase a todos en el mismo punto de partida ya sabemos quiénes van a llegar a la meta (los ricos) y quiénes no (los pobres). Pero, funge de lava-conciencias porque nadie podrá decir que no se dieron las oportunidades a todos. Si alguno no llega no es por culpa de la sociedad sino la de sí mismo.
Mientras tanto, se inventó esta vitamina denominada “educación en valores”, que por supuesto es incapaz de revertir los verdaderos fundamentos sobre los cuales se sostiene el sistema educativo. Lo esencial es aprobar los exámenes. Este es en última instancia el mensaje que envía el sistema educativo a los alumnos, y que estos lo hacen suyo.
En realidad, lo que se requiere no es una reforma sino el renacimiento de la educación