Pese a ser egresado de ingeniería en los últimos cuarenta años de mi vida jamás utilicé logaritmos, ecuaciones cuadráticas, funciones polinómicas, área de trapecios o de coronas circulares, volumen de poliedros, funciones e identidades trigonométricas, entre otros temas del currículo de matemáticas que se exige a todos los alumnos para dar por aprobada su vida escolar. En cambio, sí he encontrado cantidad de personas que no pueden estimar mentalmente un porcentaje o un área plana, usar una regla de tres, calcular el costo de un bien con/sin IGV o el de adquirir una fracción de un bien en el mercado que se vende al peso, o entender las medidas de volumen para una receta de cocina o un medicamento.

¿Tantas horas de clase para que buena parte de los alumnos odien las matemáticas y golpeen su autoestima considerándose incapaces para una serie de cursos de ciencias -en las que se sienten ineptos por falta del dominio matemático requerido para los experimentos o la resolución de los problemas- y para que rechacen cualquier carrera profesional que tienen algún componente matemático?

Probablemente habría menos alumnos infelices en los colegios si no sintieran que saber matemáticas es la primera prioridad para ser considerados inteligentes y buenos alumnos.

Así mismo, si las universidades desistieran de este cuco maltratador y diseñaran formas de admisión universitaria que pueda prescindir de esas matemáticas, y en cambio le prestaran atención a aquello que realmente define lo que es un buen universitario: pensamiento crítico y divergente, originalidad, creatividad, trabajo colaborativo interdisciplinario en equipo, capacidad para diseñar y de convertir ideas en prototipos, etc. Postulantes con esas habilidades tienen un mejor pronóstico de buen desempeño universitario que aquellos que lo sostienen solamente en sus altos puntajes en las pruebas de matemáticas.

En esta época que requerimos formar ciudadanos proactivos para democracias decadentes, que sean solventes en el mundo digital, con alta autoestima y dominio de las habilidades blandas con un buen equilibrio socioemocional, solidarios y sensibles al medio ambiente y al prójimo vulnerable, ¿tiene sentido destinar esas miles de horas para que todos los alumnos por igual tengan que aprender el amplio y complejo currículo de las matemáticas que no tendrán una relevancia estructural en el desarrollo de la línea de carrera de la mayoría de las personas?

No pretendo decir que los alumnos que tienen facilidad, curiosidad y pasión por las matemáticas no tengan la oportunidad de llegar en el colegio a los niveles más altos de complejidad de esta área… o para los que en la alta secundaria aspiran a carreras de ciencias o ingeniería. Pero, del mismo modo que un escolar que tiene condiciones para ser un destacado atleta, químico, artista o literato debe tener la oportunidad para cultivar al máximo su capacidad, es absurdo pedirle a un talentoso y prometedor guitarrista que para desarrollar una carrera profesional exitosa sea un excelente cantante, pintor, saltador de alto, matemático o lingüista.

Valga la oportunidad para mencionar que no odio las matemáticas… era mi curso escolar favorito, la llevé en mis estudios de ingeniería y la he enseñado por décadas con distintos grupos etéreos. Lo que me duele es que aquellos alumnos que no están dotados de habilidad o interés por las matemáticas vean golpeada su autoestima como estudiantes y frustradas sus aspiraciones a la educación superior porque aún prevalece el mito de que las matemáticas son un requisito para evidenciar alta capacidad para ser estudiante y profesional. Y además, que se dediquen tantas horas año a año a un entrenamiento insulso -alentado por las monopólicas evaluaciones censales nacionales o internacionales como las de PISA y las exigencias de admisión universitaria- sin que se logre que los egresados de secundaria cuando menos dominen algo de cálculo mental, razonamiento lógico, regla de tres, números decimales y conceptos básicos de áreas planas o porcentajes.

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