Esta mañana fui cívicamente a las 7 a.m. a votar, bajo la premisa de que de 7 a.m. a 9 a.m. se estaría dando una prioridad a los adultos mayores y vulnerables. De mi experiencia anterior en la que he sido miembro de mesa cuando no pertenecía a la categoría de los vulnerables, sabía de ésta demora en instalarse, porque los “sorteados” no siempre están dispuestos a ocupar el rol. A fin de cuentas, nadie les pregunta si quieren hacerlo (tan fácil sería verificar antes, en este mundo digital, si el sorteado asistirá o tiene un impedimento)

Con esa experiencia a cuestas pensé que convocarían a gente joven, para que sean los llamados a ser miembros de mesa. Pero no fue así. Cuatro de las ocho mesas que vi no estaban instaladas hasta las 8.15 m con adultos mayores, algunos en sillas de ruedas y otros muy mayores, tenían que esperar parados haciendo cola para ver cuándo se abrirá la mesa mientras la gente de la ONPE veía a quién lograba persuadir para que se queda las 14 horas siguientes como miembro de mesa. A las 8.15 a.m. con un sol que radiaba fuerte me tuve que retirar del Parque Centenario de San Isidro sin votar.

En otras palabras, los adultos mayores y vulnerables que deberían ser los mejor atendidos, resultaban los peor atendidos. Porque lo que funciona a la ONPE en el escritorio no funciona en el terreno real. Exactamente lo mismo que ocurre con las consignas para estar encerrados durante la pandemia impidiendo trabajar a los que viven del diario -con un bono que les llega meses después a unos cuantos-, el reparto de tablets del Minedu -que hasta ahora no llegan a sus destinatarios-, las colas infinitas e inútiles para todo tipo de servicio, la incompetencia para depurar listas de vacunables y la vacunación inmediata de la gente una vez que llegaran las vacunas, la cantidad de reglamentos imposibles de cumplir que produce la burocracia estatal que debería estar al servicio de la ciudadanía, etc.

En lugar de hacer simulaciones inteligentes y realistas a partir de las experiencias previas y los posibles escenarios, se hacen “decisiones inteligentes” de escritorio que no funcionan en los hechos. Ni siquiera hay plan B para las mesas que no se abren o que solo tienen dos miembros, para las cuales se podría contar con voluntarios en cada sede. Para mi mesa había dos jóvenes que se ofrecieron, después de votar en otra mesa, pero como no tenían el DNI que correspondía a mi mesa, no se les podía considerar. Como si el DNI de cada uno generara una identidad cívica y disposición al servicio distinta en cada mesa…

Hoy he sentido una vez más la cólera de observar cómo se hace tan mal aquello que podría hacerse bien, y la necesidad de reprimir palabrotas que tenía ganas de escribir. Y si con esa cólera acumulada a cuestas por experiencias frustrantes previas, miles de votantes acuden hoy a las urnas y eligen a sus candidatos con ese dolor en el corazón frente a un estado incompetente, me puedo imaginar cómo eso producirá el resultado final.

(Entiendo que hay gente que sí pudo votar temprano porque se pudo instalar su mesa; la pregunta es qué previsión, anticipación, plan B estaba pensado para el caso contrario. No había. Es más, una de las trabajadoras de ONPE me dijo que «nos dijeron que esperemos hasta las 9 a.m. ya que cuando venga gente más joven se podrá completar la mesa»)

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