Ediciones Regionales 10 01 2021

Los cambios tecnológicos y la automatización cada vez más rápidos que impactan en la economía, el empleo y las diversas rutinas y formas de vida social, obligan a preguntarnos si la educación básica no necesita tener una nueva línea de base, cuyo objetivo no sea educar a lo predecible apoyados en las experiencias y aprendizajes pasados, sino la exploración de lo incierto y no predecible, para lo cual habrá que crear nuevas comprensiones y formas de abordaje para las que las herramientas del pasado ya no sirven. No tener nuevas, es y será una desventaja.

La línea de base tradicional supone que hay un conjunto de conocimientos ya conocidos que los alumnos deben aprender (expresados en áreas, metodologías de enseñanza y evaluación) que serán relevantes en el futuro, de modo que si los alumnos los adquieren en la escuela, tendrán asegurada su navegación exitosa por el mundo de mañana.

Pero, siendo realistas, ya para el mundo de hoy esa línea de base sirve cada vez menos y el desconcierto y falta de competencias de los egresados escolares es cada vez más evidente.

La nueva línea de base supone que el futuro es tan cambiante e impredecible, que no puede basarse en la confirmación de lo que alguna vez nos dijeron o enseñaron; más bien, debería procurar entrar a la exploración y el descubrimiento continuo de cosas nuevas.

Los estudiantes deberían ser educados para un mundo en el que sus padres y maestros no estuvieron ni conocen, y requieren las habilidades para saber cómo comportarse para encontrarle significado y propósito a sus vidas dentro de él.

El estudiante debe llevarse consigo de la vida escolar tres grandes capacidades, que ninguna máquina podrá reemplazar: 1) Pensar lo no pensado antes, tomando decisiones en contextos en los que no hay datos suficientes. 2) Conocimiento y dominio emocional de uno mismo, su mente sus emociones, su ego, su manera de pensar, sus relaciones y maneras de escuchar y empatizar con los otros. 3) Encontrar sentido y propósito a lo que cada uno es, cómo se comporta, qué hace y qué aprende.

Esa una nueva línea de base con nuevos parámetros debe redefinir las habilidades técnicas que cada uno debe dominar. La via escolar debe permitir a los jóvenes descubrir quiénes son, qué les interesa o preocupa, y cómo actuarán en el mundo para hacer una diferencia. En realidad, no se trata de ir al colegio para adquirir conocimientos específicos sino para conectarse con otros y tener aprendizajes socioemocionales, trabajar en grupo, ser empáticos, adquirir las nuevas literacidades propias del mundo digital. Para ello el ambiente escolar debe tener una disposición sociocultural a la curiosidad, resiliencia, creatividad, y debe animar a los estudiantes a que aspiren a tener paz interior. Tener un ego tranquilo (frente a la escuela convencional que crea personas con ego aumentado o disminuido), una mente calmada, cuerpo relajado y estado socioemocional equilibrado.

Esto no se logrará parchando o modificando un poco lo existente, como por ejemplo agregando al horario escolar semanal sesiones de yoga, mindfulness o entrenamiento socioemocional, ni tampoco una clase académica de ciudadanía o medio ambiente. Eso requiere imaginar la escuela como un espacio social y cultural de encuentro entre personas y de construcción continua de aprendizajes relevantes para la vida. Una escuela cuyo punto de partida sean las grandes comprensiones que el egresado escolar debe llevarse consigo una vez que termine su trayectoria escolar y que éstas hayan moldeado su identidad y sentido de propósito.

Hagamos el intento de imaginarla, padres, maestros y alumnos. De seguro se obtendrá algo muy distinto a lo que tenemos en la actualidad.

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