Ediciones regionales 06 09 2020

La cuarentena del COVID19 no afecta por igual a niños, adolescentes y adultos. Tienen otras rutinas, necesidades, valoración de los espacios extra hogar y la vida social, disposición hacia la educación, y sin embargo, los adolescentes reclaman que su voz no es escuchada para el diseño del retorno a clases mientras es discutida y resuelta solamente entre funcionarios adultos y padres. Eso lo señala Kara Newhouse en su columna en Mindshift “What Student Activists Want Teachers To Know About Virtual Learning and Reopening Schools” (Mindshift 18/08/2020). Los estudiantes sostienen que les será imposible mantener puesta una máscara por 7 horas diarias, pese a lo cual nadie les pregunta qué sienten al respecto. Tienen mucho para decir sobre la experiencia que ya tuvieron con el trabajo remoto, el aprendizaje virtual, la interacción social y la necesaria empatía en las conexiones humanas.

El intento hecho anteriormente de enviarles paquetes de información impresos o en línea y evaluarlos con pruebas de opción múltiple no fueron buenas opciones. Según una encuesta con 9,000 estudiantes en Kentucky realizada en mayo, 57% de los estudiantes dijo estar menos motivado durante el aprendizaje a distancia de emergencia y 65% informó que estaba menos comprometido. A la par, se mantuvieron más motivados los estudiantes cuyos maestros se comunicaban con ellos dos o más veces por semana. Reclamaron que el aprendizaje virtual incluyese interacciones en vivo, tener más conexiones personales con sus maestros a través de Zoomy otros medios. Además, pese a que las conexiones sincrónicas son oportunidades importantes para interactuar con compañeros en una época en la que la vida social de muchos jóvenes se ha circunscrito drásticamente, ocurre con escasa frecuencia.

Los estudiantes demandan empatía ante los numerosos desafíos que tienen que enfrentar. Es decir, que los profesores no se focalicen en su rendimiento superior sino en reconocer sus dificultades personales, la frustración de sus expectativas por avanzar hacia la educación superior, entender los problemas económicos familiares por pérdida o reducción de empleo y salarios, y cómo es que todo eso les deja menos horas para la escuela.

Esa empatía demanda flexibilidad, tener más opciones asincrónicas y ser escuchados. El desarrollo de la pandemia y las realidades económicas y de salud pública seguirán impactando de modo diverso y cambiante en los adolescentes, por lo que los maestros deben chequear continuamente qué funciona y qué no en sus quehaceres. En un año tan difícil, los espacios de clase que permitan a los estudiantes expresar libremente lo que piensan y sentir que sus maestros los acogen, puede tener un enorme impacto en que de todo ello resulte una experiencia escolar positiva.

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