Una cosa es decirle a los padres que tengan presente que “los riesgos de los niños que salen a la calle son XYZ por lo que se aconseja considerar ABC” y otra cosa es decir “los niños hasta los 14 años, pueden salir a la calle solo 30’ al día, en horas de la tarde, solo en los distritos autorizados, acompañados de un adulto, solo hasta 500 metros de la vivienda” cuando ninguna de esas condiciones pueden ser cumplida por buena parte de la población y mucho menos controladas por la autoridad.

Cuando en la primera semana de cuarentena ante el entusiasmo de todos sobre la decisión del gobierno yo expresaba a contracorriente que eso no iba a funcionar, mis amigos me preguntaban por qué. Yo les decía que un país que tiene 100,000 presos (la mitad sin condena), 2/3 de informalidad en todo orden de cosas, y resultados escolares que evidencian que sólo 1/3 del total en el mejor de los casos alcanza los logros que el Minedu define como satisfactorios, no puede comportarse como Corea del Sur o Italia de quienes se pretendía copiar sus procedimientos de control de la epidemia.

El peruano (y buena parte del latinoamericano) es un estado diseñado para atender al tercio superior, que usualmente satisface sus necesidades por medios educativos y sanitarios privados a los que se suma el uso de influencias para cumplir con los asuntos burocráticos de las entidades estatales que de lo contrario se estancan en el olvido. Un estado que por definición desde su origen ha sido y es indiferente a los más vulnerables.

Paradógicamente, es un estado que al legislar no tiene presente a los que cumplen con las reglas de la formalidad sino a los que no cumplen con ellas, procurando regular, controlar y sancionar a todos los infractores. Para ello da normas engorrosas que usualmente afectan y perjudican a ese 1/3 formal, que además son las “peritas en dulce” para los funcionarios de un estado que tiene instalada la corrupción en su ADN desde el inicio de la colonia.

¿Cómo podría un estado así controlar una epidemia apelando a reglas de cuarentena y respeto a las normas que solo son cumplibles por el tercio superior de la población?

Parte de esa concepción explica la improvisación frente a los que no cumplen, porque a esos la idea es controlarlos a la fuerza mandando policías y militares a multarlos o encerrarlos. El clásico uso de la fuerza por falta de capacidad de usar la razón y la convicción. Esa improvisación que hace que cada vez que se da una norma requiera corrección o demore una eternidad en reglamentarse y luego aplicarse. Esa informalidad que hace que a los primeros detenidos los hayan llevado a comisarías para contagiar allí a comisarios y policías. Esa improvisación que dejó en la nebulosa a padres, alumnos y maestros con este estéril debate sobre el valor de la educación a distancia, y que no ha sabido atender a los escolares de poblados más alejados y vulnerables. Ese estado que tuvo que armar un comando de salud porque el ministerio de salud no podía con el reto, y que demoraba una eternidad en importar o producir los implementos de vestimenta y cuidado personal y de control de los contagiados, incluyendo las provisiones de medicamentos, camas en UCI y oxígeno. Un estado que no piensa en los niños y adolescentes y en sus necesidades sicológicas y sociales, incluyendo a todos los que quedaron regados en las desatendidas estaciones de ómnibus o en las carreteras en la marcha forzada de retorno a sus pueblos de origen. Un estado que luego de 70 días no es capaz de tener presente que los mercados y transportes públicos son centros de contagio que requerían una respuesta inmediata, y que un día abre Gamarra para cerrarlo al día siguiente porque no imaginaban la avalancha de compradores.

Por si esto no fuera poco, nuestros gobernantes se esmeran en aparecen continuamente con tediosos mensajes triunfalistas que lejos de inyectar optimismo, desalientan a una población que encuentra un abismo cada vez mayor entre el discurso y la realidad, y que cada día desacata más las normas que se le imponen, entre otras cosas, porque también los “controladores” las desacatan para proteger sus propias vidas.

¿Cuál era la alternativa y cuál puede ser una mejor opción? Antes que nada, un discurso oficial más honesto, transparente y autocrítico, reconociendo que están ante algo inesperado de lo que todos tendrán que aprender sobre la marcha, pero que con la buena disposición de todos se pueden reducir los daños. Es decir, un mensaje de humildad que apela a la cooperación, sentido de comunidad y responsabilidad ciudadana. Dejar el pedestal de la autoridad vertical para hacer un acompañamiento más horizontal a la población, con mensajes que apelan a la emoción y convicción sobre el cuidado personal, el bien común y la autoregulación de las conductas más que al acatamiento de las normas por miedo a algún castigo o para cumplir alguna formalidad. Sumado a eso, una convocatoria a los que más experiencia tienen en el terreno de la gestión y logística, que propongan las rutas de acción a partir del saber científico sobre la enfermedad y sobre el comportamiento de la población. Es decir, procurar impactar más en la cultura ciudadana y sanitaria para inyectar optimismo y capacidad de logro a una población que está cayendo en la desesperanza y al “sálvese quien pueda”.

Junto con eso, plantear normas breves, genéricas, fáciles de cumplir, que ordenen a la población pero que den un espacio más amplio a la responsabilidad personal. Algo así como hacer “focus groups” de posibles afectados por una norma y simulaciones de la ruta de su cumplimiento para corregirla antes de lanzarla.

Nuevamente, apelar a la humildad de los funcionarios para que su esfuerzo concluya en la redacción de normas sensatas y eficaces. Una cosa es decirle a los padres que tengan presente que “los riesgos de los niños que salen a la calle son XYZ por lo que se aconseja considerar ABC” y otra cosa es decir “los niños hasta los 14 años, pueden salir a la calle solo 30’ al día, en horas de la tarde, solo en los distritos autorizados, acompañados de un adulto, solo hasta 500 metros de la vivienda” cuando ninguna de esas condiciones pueden ser cumplida por buena parte de la población y mucho menos controladas por la autoridad.

Espero que si el gobierno quiere realmente ser sensato no se tome demasiado tiempo en hacer el giro hacia una ruta que sea más efectiva para controlar la pandemia. Todavía hay espacio para dar saltos hacia adelante, con el beneficio adicional del aprendizaje para el futuro sobre cómo el estado puede ser más funcional a las necesidades del conjunto de la población.

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