Se acercan las Fiestas Patrias, se aproximan los griteríos de los congresistas de oposición ante el discurso del presidente Vizcarra del 28 de julio, las loas sobre el pasado militar peruano por parte de los locutores oficiales que acompañan el desfile militar del 29 de julio junto con la distracción mediática por los Panamericanos. Nuevamente el deporte como salvavidas distractor de las ineficiencias estatales y las hostilidades entre políticos que han caracterizado nuestra historia de alternancias de gobiernos civiles y militares, que han dificultado la construcción de una verdadera democracia.

Este contexto parece propicio para preguntarse ¿qué es lo cierto en la historia del Perú?

Los escolares que culminan la secundaria deben estar muy desconcertados respecto al país en el que viven. Por un lado, los profesores y textos escolares les enseñaron que siempre fuimos «buenos», luchadores de la democracia y constructores de un gran país -aunque frenado por los «malos», enemigos externos que nos atacaron y quitaron territorios y riquezas-. Tuvimos una gran cantidad de héroes, gobernantes que hicieron grandes obras y luchadores por derechos civiles y ciudadanos para integrar a la nación. Militares exaltados por su pundonor, capacidad de entrega y sacrificio y gran estatura moral.

Eso parece un cuento de hadas para los niños y jóvenes que viven una realidad atravesada por polarización, desintegración, fracturas sociales, corrupción, inseguridad, indisciplina social, fragilidad ética de los poderes políticos, judicial, electoral, legislativo altamente cuestionados. Leen sobre militares golpistas a lo largo de la historia, y aún hoy varios de ellos y no pocos policías degradados, fugados y presos por crímenes y corrupción, con algunos altos oficiales generales que dan vergüenza y manchan el honor de sus pares más dignos.

No es de extrañar que consultados estos alumnos por los factores de su orgullo nacional mencionen los restos arqueológicos de Machu Picchu o temporalmente a la selección peruana de fútbol (con adjetivos similares a los héroes de nuestra historia). Y pensar que para los políticos y grupos de interés esto se resuelve cambiando algunas palabritas a los textos escolares que aluden a los sucesos de 1980-2000 o a las particularidades de la vida sexual de los peruanos.

¿Podemos construir una nación fuerte, poderosa, segura, progresista, democrática, justa, integrada, ética, partiendo del principio de que nuestros niños y jóvenes son estúpidos?

Una generación inteligente constructora de democracia se forma no solo reconociendo los logros y aciertos del pasado sino también preguntándose qué es aquello que en nuestra historia nos impregnó de incompetencias, limitaciones, dificultades, fracturas, derrotas, traiciones, cuyas ondas expansivas se expresan hasta hoy inclusive, para confrontarlas, investigarlas, analizarlas, entenderlas, y lo más importante, plantearse retos para superarlos.

No se puede educar éticamente a los alumnos, para que aspiren a ser parte de una ciudadanía democrática a partir de ficciones, mentiras o medias verdades. La honestidad es el principal alimento capaz de nutrir sus compromisos para incursionar en la vida política y pública y poner de su parte para construir ese Perú que sus antepasados no fueron capaces de heredarles.

En todo ello, el liderazgo político tiene una responsabilidad ineludible. Ojalá que en la “semana patriótica”, en los discursos políticos y actos públicos, se detecten signos en esa dirección.

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