Ediciones regionales 10 06 2018

Las generaciones anteriores no se preguntaban para qué ir al colegio. Iban a cumplir las consignas de sus padres y el rollo explicativo tenía que ver con que una buena escolaridad garantizaría el ingreso a la universidad para acceder a una profesión que abre las puertas al éxito económico y reconocimiento social.

La realidad del desempleo profesional y las remuneraciones insuficientes en los casos de tener empleo golpean hoy duramente a muchas familias que aunque se denominen de clase media pasan no pocas penurias. A su lado hay híper-millonarios jóvenes que crearon sus propios emprendimientos, cientos de deportistas y artistas de la farándula y televisión, youtubers y gamers que en muchos casos sin mayor instrucción superior se convierten en referentes ambicionados por la juventud. Así mismo, la corrupción generalizada que encumbra mediocres; el dinero fácil del tráfico de todo tipo; la caída de la imagen positiva de la vida en democracia; los sistemas judiciales y policiales sin garantizar el estado de derecho y la igualdad de oportunidades… todo ello hace que esa premisa de que ir al colegio porque como vía hacia el éxito ya no sirva más. Más aún, cuando los medios y los líderes políticos no encumbran ni encarnan los contraejemplos que amplíen el abanico de opciones.

Si no hay una respuesta diferente hoy, no habrá incentivo para que los jóvenes quieran ir al colegio, esforzarse por cultivar sus capacidades y encontrarle sentido a la experiencia escolar.

Si no logramos que los jóvenes le encuentren sentido a la escuela, su paso por ella será bastante inocuo y hasta desalentador. Eso demanda una escuela acogedora, en la que los alumnos se sientan queridos, protegidos, atendidos, respetados; sepan que pueden hablar de lo que les preocupa sin la censura de los inquisidores conservadores; sientan las virtudes de la convivencia armoniosa en la heterogeneidad; ensayen sus actitudes ciudadanas y se sientan estimulados para pensar diferente, investigar y descubrir su pasión.

Eso se logrará cambiando el currículo y la metodología de enseñanza actual dominada por la obsesión por retrógradas pruebas estandarizadas y censales, hacia un enfoque que prioriza el buen vínculo profesor-alumno, en la que el alumno tiene voz -es un ciudadano activo- capaz de confrontar lo que viene impuesto desde la autoridad.

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