Regiones 31 01 2016

En innumerables casos encontramos profesores diciendo ¿por qué alumnos capaces e inteligentes no estudian o desaprueban cursos?. Parecen asumir que lo natural es que todo joven inteligente que no tiene dificultades de aprendizaje debería aprender lo que le exigen los profesores. No parecen entender que los alumnos aprenden solamente si es que quieren y deciden aprender, y eso se materializa solamente en contextos en los que los alumnos se sienten bien, escuchados, y además le encuentran sentido a los asuntos que se espera que aprendan.

Hay alumnos que no aprenden en defensa propia, porque es su única manera de ejercer rebeldía o resistencia pasiva ante imposiciones de los padres o profesores que consideran carentes de sentido. Algunos un poco menos radicales se limitan a estudiar o copiar de otros lo necesario para aprobar los cursos, calculando el esfuerzo mínimo necesario, evitando así las consecuencias negativas de un desaprobado.

A veces los alumnos tienen buenas razones para no estudiar. Puede ser que el tema de la clase les resulta molesto, o que no hay un buen vínculo con el profesor, o que el alumno quiere proteger su identidad y dignidad de profesores que cuestionan su capacidad de aprender. Puede ser que el profesor no sabe cómo suscitar interés por el tema de clase o cómo organizar el ambiente para que haya orden y disciplina positiva.

También puede haber alumnos resentidos por un currículo desintegrado y absurdo, demandas de tareas tontas y exámenes memoristas o mecánicos que son poco desafiantes para el intelecto, o por un sistema disciplinario autoritario y represivo. No faltan los alumnos que no estudian si no tienen la oportunidad de opinar y participar con ideas propias.

Todo esto se clarificaría y eventualmente se desactivaría si los alumnos tuvieran espacios para criticar a la escuela sin ser castigados por ello. Ellos son personas y no máquinas, y esperan recibir un trato considerado de parte de sus profesores.

La escuela antigua diría que los alumnos vienen a la escuela a hacer lo que los profesores saben que ellos necesitan aprender. El problema es que si no se pone la motivación del alumno en el centro de la buena docencia, ellos seguirán resistiéndose a estudiar “en defensa propia”.

Una decisión trascendental. Un profesor de matemáticas tiene una gran oportunidad. Si llena su tiempo de clases ejercitando a los alumnos con operaciones rutinarias matará su interés, impedirá su desarrollo intelectual y perderá su oportunidad de cultivar sus intelectos. Pero, si desafía la curiosidad de los estudiantes planteándoles problemas accesibles a su conocimiento, y les ayuda a resolverlos con preguntas estimulantes, podrá darles el sabor de, y un medio para el pensamiento independiente. (George Pólya, How to Solve it: A New Aspect of Mathematical Method; NY, Doubleday Anchor, 171)

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