El Tiempo 11 01 2014

Por décadas las calificaciones y notas han sido consideradas como la principal forma de comunicación precisa para reflejar el dominio de la materia por parte del estudiante. Los profesores sienten que es su responsabilidad poner calificativos o notas a todo quehacer de los alumnos en la creencia de que ello reflejará la medida correcta de su dominio del tema. Ellos se han sentido presionados y condicionados a conseguir las «A” o los “20” para hacer felices al papá o la mamá. Los padres han interpretado esas letras o números como sinónimos de que los hijos andan bien en sus estudios.

El problema es que esto ha vaciado de sentido a los calificativos y el papel que estaban destinados a jugar, porque en vez de comunicar los logros del rendimiento en la actualidad hacen todo menos eso. Coincido por lo tanto con lo que sostiene Chris Crouch: las notas han perdido su sentido, y producen más daños que beneficios (Grades do more harm than good, Huffington Post 01/11/2013). Veamos por qué.

1). Las calificaciones se han inflado. Si la calificación asignada por el maestro no es buena o del gusto de los padres, estos se ponen difíciles. El profesor para evitarlo, prefiere poner notas más altas, ya sea a poniendo puntos adicionales, por conceptos como tareas, colaboración, concepto, o sesgando el promedio de las notas hacia el extremo superior del espectro. De este modo, todo ese «relleno » pervierte la imagen fiel del aprendizaje del alumno.

Un caso anecdótico de esta inflación de notas sesgadas hacia el extremo superior del espectro está documentado para varias universidades norteamericanas, como resultado de haberles entregado a los estudiantes la capacidad de evaluar a sus profesores y como consecuencia de ello decidir su permanencia en su cátedra. Para defenderse, los catedráticos bajaron el nivel de exigencia con lo cual lograron recibir mejores evaluaciones y asegurar su permanencia en el cargo. (Roger A. Arnold, U. Estatal San Marcos de California, Los Angeles Times, 22/4/2002).

Consideremos los siguientes datos: en 1966 el 22% de las notas de los alumnos de Harvard eran “A”. En el 2003 subió a 46%. En 1968 el 22% de todos los estudiantes de 18 universidades de California obtuvieron “A”, mientras que para el 2002 subió a 47%. En Princeton, en los años 1970’s el 31% obtenía “A” mientras que hoy ha subido al 47%. En las universidades de la Ivy League de Boston, MIT, Stanford así como la U. de Chicago, entre 44 y 55% de todas las notas son “A” así como en la universidad de Duke menos del 10% de todas las notas son “C”, pese a que en 1969 llegaba al 25%.

Aquí se observa claramente la inflación de notas. Es decir, a igualdad de trabajo este se recompensa con mejores notas.

2) Las notas eliminan la motivación intrínseca para el aprendizaje. Cuando el objetivo de la educación es la nota final de una asignación en un período específico de tiempo, la motivación intrínseca para cultivar y/o sobresalir en otros ámbitos de la vida que no pueden tener recompensas extrínsecas como las notas o calificaciones es mucho más difícil. Se condiciona al alumno a trabajar hacia metas que tienen un beneficio tangible al final. Por ello es que muchos estudiantes se sienten presionados a cortar caminos, sacrifica la ética, y tomar los cursos más fáciles, con tal de tener buenas notas en vez de preocuparse por lograr los mayores aprendizajes.

3). Las notas son comunicadoras muy pobres. La variabilidad de las calificaciones de los estudiantes de maestro a maestro, de curso a curso, de escuela a escuela, de estado a otro son tan grandes que difícilmente se pueda creer que las notas que aparecen en un certificado miden y comunican algo inequívoco.

Si bien es difícil para todas las partes involucradas lograr ser transparentes hay que buscar una manera alternativa de comunicar a los alumnos y padres los logros y avances de los alumnos que no impliquen simplemente colocar una letra o número con la expectativa que eso será auto-explicativo.

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