El Tiempo (Piura) 24 08 2013

Con el título “Evaluación Vergonzosa” (traducido de Assessment Disgrace) el columnista Johnny Bevacqua alude a las evaluaciones estandarizadas que se diseñan con el premeditado propósito de distinguir a los alumnos que fracasarán (20%) de los que alcanzarán un rendimiento medio (60%) y los que lograrán el desempeño muy satisfactorio (20%), al amparo de la creencia que una imaginaria campana de Gauss distribuye normalmente el aprendizaje de los alumnos que van a los colegios.

Esto choca frontalmente con la idea de que cada alumno debe ser evaluado en función de sus características personales y no en comparación de las capacidades de los demás, sobre todo en un sistema educativo que asocia el bajo desempeño con atributos negativos de la persona (bruto, incompetente, o sea, fracasado) y el alto desempeño con atributos positivos (inteligente, competente, o sea, triunfador).

En su columna publicada el 29 de junio del 2013 en Connected Principals el autor empieza su nota diciendo (la traduzco del inglés): Estoy frustrado y enojado. Leí hoy la Guía de estudio Matemáticas 10 para el examen Provincial escrito por dos educadores canadienses (uno de British Columbia y el otro de Alberta), publicado por una conocida gran empresa editorial.

En la sección titulada «Para el estudiante», hay una explicación y justificación del racional detrás de los exámenes provinciales. Dice lo siguiente:
“La mayoría de los exámenes provinciales están diseñados para evaluar la competencia de los estudiantes en el currículo en los diferentes niveles. En algunas jurisdicciones, por ejemplo, un puntaje de 50% significa que está en el promedio y un puntaje por encima del 80% se considera excelente. Se espera que los estudiantes demuestren diferentes niveles de competencia. De hecho, en la mayoría de las jurisdicciones los exámenes se diseñan de forma que:
20% de los estudiantes examinados no pasen (puntuación inferior al 50%)
60% de los estudiantes califiquen entre el 50% y el 80% y sólo el 20% de los estudiantes demuestren excelencia (con una puntuación superior a 80%)”.

En esencia, Bevacqua se pregunta si no son exámenes diseñados de esta manera los que llevan a los alumnos a odiar las matemáticas y a la escuela. Son exámenes que contienen la trampa de asumir como normal un porcentaje de fracasos, así como la comparación entre estudiantes usando un indicador que por principio favorece a unos y perjudica a otros.

La analogía sería exigir a un grupo heterogéneo de alumnos, unos bajitos, gorditos y descoordinados, otros de estatura y peso medio con poca fortaleza física y otros altos y atléticos que demuestren su competencia atlética saltando todos por igual una valla colocada a 1.70m de altura. Así los menos atléticos se esfuercen día y noche, no podrán saltar 1,70m, que es una altura que el joven atlético logrará sin mayor esfuerzo. Transmitir el mensaje de que el bajito es un fracasado (en esencia, por ser bajito), que el delgaducho solo podrá mostrar valía si con mucho esfuerzo salta la valla a la que el joven atlético llega con facilidad, es patético. También resulta cuestionable glorificar al atleta por sus logros sin hacer mayor esfuerzo, aprovechando sus condiciones naturales.

En esencia la discusión aterriza en la pregunta si la escuela está hecha para segmentar a los alumnos en beneficio de quienes tienen ventajas naturales, o si está hecha para que cada uno desarrolle sus capacidades y logre aquello que está a su alcance, y que sea ese logro a la medida de c/u el que sea motivo del reconocimiento. El hecho que quienes quieran ingresar al equipo olímpico de atletismo o a una universidad exigente tengan que competir y pasar algún tipo de valla común ¿obliga a que los colegios hagan lo mismo desde que los niños son pequeños? ¿Es la escuela una sala de entrenamiento para la universidad que se organiza en función de sus futuras exigencias, o es la escuela un espacio educativo que se organiza en función de las necesidades de los alumnos?

¿A quién debemos suspender? (Otros conceptos sobre evaluación y aprendizaje significativo). Si les dejamos opinar, los escuchamos y descubren que sus comentarios son importantes, la evaluación se convierte en aprendizaje