Hay padres de jóvenes de 14-18 años que se muestran muy ansiosos por la elección vocacional de sus hijos, considerada determinante para su vida futura. Buscan cuanta ayuda profesional esté prestigiada, incluyendo evaluaciones vocacionales complejas, con la intención de acertar en dicha elección. Suponen que “equivocarse” implica una pérdida de tiempo, dinero y oportunidades para acumular rápidamente los peldaños precisos para triunfar en la vida profesional. A su lado hay padres de jóvenes mayores de 20 a 30 años que observan cómo sus hijos que eligieron tempranamente y “con toda seguridad” la universidad y carrera a seguir, llegados a esas edades aún están deambulando de una universidad o profesión a otra, confundidos, insatisfechos, frustrados por no encontrar su lugar y especialmente por “haber perdido el tiempo» (y decepcionado a sus padres) en algo que no despertaba su pasión.

Lo que ocurre es que la premisa de que los jóvenes de 14-18 años están listos para elegir la carrera en la que se desempeñarán por el resto de sus vidas es equivocada. Una pequeña minoría logra una elección así. La gran mayoría necesita tiempo para explorar, navegar, acumular experiencias, ensayar opciones, independizarse de los mandatos familiares o los estereotipos profesionales, hasta finalmente descubrir qué es lo que realmente les apasiona, aquello en lo que disfrutan el trabajo cotidiano y en lo cual les encantaría mantenerse desarrollándose un tiempo como profesionales.

Así como el apremio de los padres por que sus hijos aprendan a leer y escribir o las matemáticas básicas a los 5 años o antes mayoritariamente daña emocional y académicamente a sus hijos, o hacerlos jugar futbol en edades muy tempranas los daña en su desarrollo físico y psicomotor, del mismo modo presionarlos para que elijan una opción vocacional definitiva a los 16 años los carga de ansiedad, angustia, confusión, presión, que solo se resuelve escogiendo algo que deje contentos a los padres, hasta que se den contra la pared y descubran que lo que eligieron contenta a otros pero no a ellos mismos.

Es bueno que los padres acompañen a sus hijos, pero no que les impongan su decisión

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