Durante la mayor parte de mi vida creí que la paz entre personas, pueblos o países que tienen serias desavenencias entre sí, cargadas de estereotipos, prejuicios y odios, es siempre posible y que depende tan solo de la inteligencia y abandono del fanatismo de cada uno de los lados para que la paz quede consolidada tarde o temprano.

 

El paso del tiempo me ha ido enseñado que hay acuerdos político-sociales que son inviables en una generación, -si alguna vez-, y que hay conflictos con los que uno tiene que convivir como se hace con una enfermedad crónica, sin que eso apague las velas del alma ni las fantasías de la paz.

 

Creo que las diferencias árabes (islámicas) israelíes (judías) están en esta categoría de conflictos. Sin duda la existencia planetaria de 1,400 millones de musulmanes y de tan solo 13 millones de judíos, o si se quiere, de una veintena de países árabes islámicos frente a un único estado judío en el medio oriente, que es la cuna de ambas religiones, sus historias, costumbres, lugares sagrados, idiomas, rutas comerciales, etc. hace que el conflicto se encienda casi con cualquier pretexto.

 

El mundo árabe islámico reclama derechos pan arábigos heredados de Ismael sobre todo el Medio Oriente. El mundo judío reclama derechos sobre la Tierra Prometida de Dios a Abraham, padre de Ismael pero también de Isaac, descendiente que escogió para la conducción de su pueblo. El problema es que todo eso ocurre en la misma tierra de Cannán (luego Palestina), que dicho sea de paso es también la tierra en la que nació, predicó y murió Jesús, la figura paradigmática del otro hermano del judaísmo, el cristianismo, que por siglos disputó con el judaísmo la legitimidad de la herencia del Creador.

 

En ese contexto, el hecho que Egipto y Jordania hayan firmado un acuerdo de paz con Israel en una misma generación, -aunque Egipto lo hizo 30 años después de la independencia de Israel y Jordania aún 16 años más adelante- ya es bastante milagroso. Las declaraciones con vocación de destrucción de Israel por parte de Irán, Siria, Hamas, Hizballah y cientos de imanes en las mezquitas de todo el mundo no permiten abrigar esperanzas de un pronto cambio. Eso obliga a Israel a estar siempre listo para una guerra de destrucción total y a tomar medidas preventivas muchas veces de naturaleza excepcional. Israel aprendió que la guerra por su existencia no se juega en los medios de comunicación ni en los foros internacionales en los que la fórmula “un país un voto” lo tiene derrotado desde antes de discutir iniciativa alguna.

 

Israel se juega su subsistencia en misma lucha por la subsistencia, en un mundo en el que los fanáticos, racistas y totalitarios estarían complacidos con su destrucción. Por eso, más allá de la crítica que a veces merece Israel por decisiones o acciones que puedan ser censurables y que buena parte de los israelíes comparten, yo me paro al lado de Israel en su lucha por hacer respetar el espacio territorial que tiene y merece en el Medio Oriente desde la antigüedad, no menos que el de cualquiera de los otros países vecinos que han sido creados artificialmente por decisiones políticas de las grandes potencias de su tiempo. Me paro al lado de Israel para admirar su vocación por desarrollar la educación y salud de su pueblo, de promover la ciencia y tecnología que beneficie a la humanidad, de perfeccionar su conducta ética en las esferas militares, policiales y sobre todo judiciales, de fortalecer su democracia y absoluta libertad de prensa, opinión y organización político partidaria, que ninguno de los países vecinos totalitarios y dictatoriales pueden exhibir ni por asomo.

 

El Perú ha tenido la inteligencia de aproximarse a Israel sin los anteojos de los prejuicios o estereotipos hostiles, sin tener que tomar partido en un conflicto que tiene infinitas aristas complejas e irritantes por todos los lados, sin alinearse con las posiciones políticas con base religiosa que son extrañas para el Perú. El Perú se ha aproximado a Israel para compartir los beneficios de la ciencia, tecnología, la experiencia médica y agrícola, los aprendizajes militares y policiales, las innovaciones en materia de irrigación y aprovechamiento de energía eólica, marítima y solar, sin que nada de ello signifique despreciar sus vínculos con el mundo árabe ni la libertad que tienen los musulmanes de predicar sus oraciones sagradas. Me siento orgulloso del rol ponderado y constructivo que el Perú ha jugado en su relación con los países del Medio Oriente, y de su capacidad de reconocer los derechos de Israel a una paz justa y duradera que bien negociada, favorecerá a todo el planeta.

Felicitaciones a Israel por su 60 aniversario.