El primer capítulo del buen libro “Políticas Educativas y la Cultura del Sistema Escolar en el Perú” de Patricia Oliart, pasa revista al ascenso y caída del magisterio peruano desde principios del siglo XX hasta la fecha (IEP y Tarea, 2011). Me produjo asociaciones curiosas con los levantamientos de los nativos de Bagua, los aymaras de Puno y otros episodios de violencia de las comunidades nativas contra las autoridades de los gobiernos y las empresas. Veamos porqué.

El libro empieza señalando que para las élites en el poder a principios del siglo XX el analfabetismo se veía como una carga pesada para una nación saludable, por lo que se apelaba a la educación como un nivelador étnico capaz de transformar las masas indígenas, eliminando sus efectos negativos, blanqueando sus almas para con ello paradójicamente, eliminarlas. Es decir, para que el indígena se llegase a educar e incluir en la nación, debía dejar de ser indígena.

Lo que en realidad estaba ocurriendo es que en lugar de que la educación ampliase las capacidades originarias de los nativos con las que podrían adquirir con ayuda de la educación pública nacional, lo que se demandaba de ellos era sustituir su identidad nativa (desvalorizada) por la occidental hispana limeña (sobrevalorada), reprimiendo su identidad original.

Cuando trabajé con jóvenes escolares rurales de la sierra a punto de egresar del colegio, encontré muchos jóvenes apáticos, reprimidos, obedientes de la autoridad del maestro, tristes, apagados, sin disposición a hablar alto y fuerte, mucho menos las mujeres, totalmente relegadas a un rol secundario. Me he preguntado si hay relación entre la conducta reprimida del escolar rural y la del comunero activista que 10 años después se vuelve agresivo, vociferante, a veces violento, que levanta la voz y critica amargamente al estado y a las empresas que se instalan en sus zonas de residencia.

Creo que en esencia, lo que están haciendo es reaccionar agresivamente al bullying étnico, económico y social al que han sido sometidos por siglos por quienes ostentaron el poder. Por ello, si creemos en la inclusión, además de hacerla en las áreas políticas y económicas, debemos revalorar los aportes que provienen de una adecuada educación intercultural.

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