En Massachusetts (EE.UU.) se promulgaron en abril 2010 leyes estatales que exigen que los casos más severos de bullying (acoso escolar) sean denunciados a las autoridades, después del suicido de la joven Phoebe Prince de 15 años, harta del bullying del que era objeto, que trajo como consecuencia el enjuiciamiento de un grupo de alumnos que la hostigaron. (Susan Engel y Marlene Sandstrom “There’s Only One Way to Stop a Bully”, July 22, 2010 NYT) Sin embargo, creer que la legislación de ese y otros cinco estados que le siguen arreglará la convivencia entre estudiantes en las escuelas es pura ficción. Si no se repiensa el rol de los colegios en la vida de los estudiantes poco cambiará.

 

Con los celulares e internet el bullying se ha vuelto más anónimo. El egoísmo y la creciente indiferencia al dolor ajeno dejan a los débiles a merced de los agresores que quedan impunes. En un estudio hecho en Canadá en 1995 los investigadores grabaron el patio de recreo y descubrieron que ocurrían 4.5 incidentes de bullying por hora. La mayoría de los alumnos observaban indiferentes los maltratos a compañeros de clases. Es obvio que la inclinación y habilidad para protegerse uno a otro y ser tolerantes no aparece de modo espontáneo. Son valores que deben ser enseñados.

 

Lamentablemente los currículos que enfatizan los contenidos curriculares evaluables por pruebas estandarizadas ha vuelto marginal la enseñanza de cosas tan centrales como el sentido de responsabilidad de uno por los demás. Los gobiernos estatales se lavan las manos comprando costosos paquetes curriculares antibullying “listos para aplicar” por los profesores, los cuales por supuesto no producen ningún cambio.

 

La única manera de lograr ganar el combate al bullying es dedicar suficiente tiempo y esfuerzo educativo –quizá tanto como el que se dedica a las matemáticas- para enseñarles a los alumnos como ser leales, tolerantes y buenos unos con otros, como cooperar, cómo defender si alguien es agredido y cómo defender aquello que es correcto o justo. Eso requiere que los profesores sean formados para ese fin y hacer un compromiso profundo de de convertir a cada escuela en una verdadera comunidad dando el ejemplo de amabilidad, cordialidad, tolerancia y buen trato. Además, deben estructurar sus clases de modo que los alumnos se vuelvan independientes y puedan aprender a aceptar las diferencias individuales como fortalezas de las sociedades.

 

El exitoso caso de Noruega es aleccionador. Allí se priorizó el trabajo preventivo después de que tres adolécenos acosados se suicidaron en 1983. Se involucró a todos: profesores, padres, alumnos, choferes, administradores, trabajadores de servicios y se les enseñó a detectar y cómo intervenir en situaciones de acoso. Los profesores conversan sobre el trato de unos niños con otros, los alumnos de cada grado participan en discusiones semanales en clase sobre amistad y conflictos. Los padres están involucrados a lo largo de todo el proceso. Gracias a ello, los incidentes de bullying cayeron a la mitad en dos años que duró el programa, así como cayeron los robos y plagios. Eso sigue así hasta hoy.

 

Sin duda, cuando una escuela y toda la comunidad educativa adoptan valores que se basan en el buen trato mutuo con respeto y dignidad, la conducta de los niños cambia. Ningún paquete curricular podrá sustituir el trabajo activo de los actores de la comunidad educativa en pro de esos valores.
Para que leyes como las anti-bullying de Massachusetts tengan éxito tienen que ir aparejadas de un sistema educativo que enseña a los niños no solamente que es lo que está mal, sino cómo hacer las cosas bien y como luchar contra el abuso, la intolerancia y la injusticia.

 

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