La resiliencia es la capacidad que tienen las personas –desde muy pequeñas- de tener éxito sin verse seriamente afectadas por circunstancias traumáticas que les ocurren en la vida. Su estudio se nutrió de los trabajos de Emmy Werner y Ruth Smith que dedicaron 45 años de su vida para monitorear 698 niños y niñas de la isla Kauai (Hawai) desde 1955 hasta el año 2000. Los evaluaron antes de nacer, al nacer, al primer año, luego al 2, 10, 18, 32 y 40 año de vida (a los 489 que quedaban).

Definieron el éxito en la vida con 6 indicadores evaluables: logros satisfactorios en los estudios o actividad laboral; relación de pareja estable sin grandes conflictos; buen vínculo padres-hijos sin maltratos ni abusos; escaso conflicto con sus padres y familiares cercanos; cuenta con buenos amigos a los que da soporte si lo requieren. No tiene antecedentes criminales; se ve a sí mismo satisfecho de la vida, no tiene problemas de consumo de alcohol ni drogas ni tiene antecedentes de desórdenes psiquiátricos.

Al analizar los factores que contribuyen a formar personalidades resilientes, el más decisivo fue tener al menos un fuerte vínculo con uno de sus familiares cercanos, que no tenía que ser el padre o la madre; podía ser un abuelo, tío otro familiar o figura de autoridad cercana. La importancia vital de este vínculo ha sido detectado cientos de veces en diversos estudios sobre niños y jóvenes con o sin desórdenes de conducta, criados en ambientes en los que tienen todas las condiciones en su contra para una buena crianza. Aún así, unos salen adelante y otros no.

Según Cedro (http://www.cedro.org.pe/lugar/articulos/resiliencia.htm) los ambientes que favorecen la resiliencia son aquellos en los que hay

a) Presencia de adultos accesibles, responsables y atentos a las necesidades de niños y jóvenes. Pueden ser padres, tíos, abuelos, maestros u otras personas que muestren empatía, capacidad de escucha y actitud cálida. Además es importante que expresen su apoyo de manera que favorezca en los niños y jóvenes un sentimiento de seguridad y confianza en sí mismos.

b) Existencia de expectativas altas y apropiadas a su edad, comunicadas de manera consistente, con claridad y firmeza, que le proporcionen metas significativas, lo fortalezcan y promueven su autonomía, y le ofrezcan oportunidades de desarrollo.

c) Apertura de oportunidades de participación: los adultos protectores son modelo de competencia social en la solución de problemas, pudiendo proporcionar oportunidades para que los niños y adolescentes participen y en conjunto, aprendan de los errores y contribuyan al bienestar de los otros, como parte de un equipo solidario y participativo.

La construcción de la resiliencia en la escuela implica trabajar para introducir los siguientes seis factores (Henderson y Milstein, 2003 en http://www.elpsicoanalisis.org.ar/numero1/resiliencia1.htm)

1. Brindar afecto y apoyo proporcionando respaldo y aliento incondicionales, como base y sostén del éxito académico. Siempre debe haber un “adulto significativo” en la escuela dispuesto a “dar la mano” que necesitan los alumnos para su desarrollo educativo y su contención afectiva.

2. Establecer y transmitir expectativas elevadas y realistas para que actúen como motivadores eficaces, adoptando la filosofía de que “todos los alumnos pueden tener éxito”.

3. Brindar oportunidades de participación significativa en la resolución de problemas, fijación de metas, planificación, toma de decisiones (esto vale para los docentes, los alumnos y, eventualmente, para los padres). Que el aprendizaje se vuelva más «práctico», el currículo sea más «pertinente» y «atento al mundo real». Deben poder aparecer las “fortalezas” o destrezas de cada uno.

4. Enriquecer los vínculos pro-sociales con un sentido de comunidad educativa. Buscar una conexión familia-escuela positiva.

5. Es necesario brindar capacitación al personal sobre estrategias y políticas de aula que trasciendan la idea de la disciplina como un fin en sí mismo. Al participar profesores, alumnos y padres, se logra fijar normas y límites claros y consensuados.

6. Enseñar «habilidades para la vida»: cooperación, resolución de conflictos, destrezas comunicativas, habilidad para resolver problemas y tomar decisiones, etcétera. Esto sólo ocurre cuando el proceso de aprendizaje está fundado en la actividad conjunta y cooperativa de los estudiantes y los docentes.

Todos estos hallazgos constituyen una buena noticia para maestros y tutores escolares, que pueden convertirse en alimentadores de la resiliencia de los niños. Ha sido usado por iniciativas como “Big Brothers Big Sisters”, que es la organización de tutoría personalizada voluntaria a niños por parte de jóvenes profesionales más antigua, grande y eficaz en los Estados Unidos.

Diversas investigaciones muestran que Big Brothers-Big Sisters ayuda a los jóvenes a tener más autoestima, confianza en su desarrollo escolar, llevarse mejor con sus amigos y familiares. Son menos propensos al uso de drogas y bebidas alcohólicas, a faltar a clases, o a cometer actos violentos.

En pocas palabras “les salvan la vida”

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