Correo 19 06 2009

Lo ocurrido en Bagua debiera enseñarle al gobierno y al mundo político hispano urbano costeño, que la relación jerárquica autoritaria del mensaje “yo me esfuerzo en explicarte lo que es bueno para ti pero tú no entiendes” (por ignorante, es decir por indígena o nativo) se acabó. Lúcidamente Patricia del Río señala que después del 5 de junio tenemos otro Perú.

El gobierno debería asumir estructuralmente esta visión y eliminar el enfoque discriminador que expresa en muchas otras maneras. Mencionaré un par.

Los peruanos más excluidos e indefensos son los adultos analfabetos (mayoritariamente pobladores de sierra y selva) y los niños muy pobres de las zonas muy frías altoandinas. Si el Perú tuviera políticas de inclusión, serían los primeros en las listas de prioridades de atención educativa y de salud. Sin embargo, un estado que tiene un presupuesto de gastos de 72,000 millones de soles (2/3 administrados por el gobierno central), cuando se trata de apoyar la lectura de los analfabetos recientemente alfabetizados, lo hacen pidiendo donaciones para la publicitada campaña presidencial “Libros para los alfabetizados”. En lugar de adquirir libros a escala especialmente diseñados para alfabetizados recientes que pueden costar un sol (a lo más al nivel de 2do de primaria), hace una campaña de recolección de libros, buena parte de los cuales no les servirá a los alfabetizados porque no estarán a su nivel.

Por otro lado, en Puno ya habían muerto 36 niños de neumonía por el friaje (ahora ya van 190) para que recién el Ministerio de Salud empezara a moverse con un trabajo que hasta ahora es muy ineficiente. Mientras, eran entidades privadas solidarias como RPP y Caritas las que tomaban la iniciativa de atender esa situación de emergencia de inmediato.

Cuando apareció la gripe AH1N1 en Lima, con los estudiantes que regresaban de Santo Domingo ¿esperó el gobierno a hacer colectas para conseguirles las vacunas, así algunos murieran en el interín?

Los peruanos mentalmente sanos con algún sentido social deberíamos protestar por estas discriminaciones, aunque el gobierno nos califique de subversivos, fariseos, comechados o comunistas, como le gusta hacer al negarse a corregir.

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