Cuando una persona querida muere en un accidente de tránsito por conducir con imprudencia o por conducir luego del consumo excesivo de alcohol, los allegados viven el duelo con mucha ambivalencia. Por un lado, con el genuino dolor que suscita el fallecimiento del ser querido, irrecuperable. Por otro lado, con la enorme cólera que produce la imprudencia del conductor fallecido. Eso lleva usualmente a que cada uno revise su conducta y haga un “mea culpa” de sus propias imprudencias, para evitar verse involucrado en una situación similar.
Usando esa analogía me gustaría tomar el caso de la comunidad judía de Venezuela que en este momento está pasando por un dramático trance de violación a los derechos de sus miembros a la seguridad básica, tanto física como de libertad de credo y opinión. Ojalá que la correlación de fuerzas democráticas mundiales y la sensatez-sigloXXI que aún pudiera existir en el entorno chavista sepan poner los límites a este provocador jaque a los judíos y a Israel.

Sin embargo, no podemos dejar las cosas allí. Creo que todas las comunidades judías deberían mirarse en el espejo venezolano y preguntarse ¿nos podrá pasar a nosotros? ¿qué estamos haciendo para prevenirlo? ¿hay cosas que como judíos hemos hecho mal y que deben ser corregidas para que dentro de nuestras posibilidades estemos mejor defendidos frente al avance de modelos como el chavista -dictatorial y antisemita-?
Sugiero algunos ejes para la reflexión autocrítica.

1). ¿Han sido los judíos o las comunidades judías críticos severos o aliados complacientes de los regímenes dictatoriales en nuestra región? ¿Se sigue pensando que hay diferencias de legitimidad entre Pinochet, Fujimori, Velasco ó Chávez, porque los primeros estaban alineados con EE.UU. y el libre mercado mientras que los otros lo estaban con Cuba y el socialismo totalitario?

Si Chávez se hubiera apellidado Pinochet ¿habría similares ansiedades en las poblaciones nacionales de niveles medio y alto, que suelen ser la de las mayorías en las comunidades judías?
Pienso que no se puede luchar contra las dictaduras “a medias” o bajo el paraguas del “depende”. O apostamos a la lucha por la democracia donde sea y con quien sea, o nos acomodamos a vivir bajo dictaduras, aquellas que a veces pueden parecer buenas para mantener el status quo económico, pero que resultan sumamente desestabilizadoras para la paz social y la vida judía en el corto o largo plazo.

2). ¿Hemos hecho lo necesario para que tanto judíos como no judíos reconozcan que hay de “los buenos” que enorgullecen a la comunidad nacional y hay de “los malos” que son una vergüenza nacional?
Tengo la impresión que con el afán de no hacer públicas algunas situaciones internas de las comunidades judías, se ha debilitado la voluntad de sancionar a los delincuentes y trasgresores judíos, incluyendo a aquellos que han dañado a los propios miembros de la comunidad judía. Eso nos ha convertido en complacientes, apañadores, encubridores, de modo que la imagen pública de los judíos aparece como uniformizada, sin diferenciar a unos de otros, con lo que los delincuentes protegidos terminan manchando a todos los demás.

3) ¿Hemos animado a nuestra juventud a identificarse con la lucha por el sentido ético y democrático de la vida judía?. Pienso que con demasiada frecuencia nos limitamos a lamentarnos del alejamiento de la juventud, culpándola de falta de compromiso, en lugar de culparnos a nosotros mismos por ser incapaces de inspirarlos para que se integren al quehacer comunitario.

4). Se preguntan las dirigencias ¿porqué habría de identificarse un joven judío con su comunidad? ¿Qué hay en ella que le sirva de inspiración, de ejemplo, de reto social, de imán, de propuesta para construir un país mejor? Al parecer, la respuesta positiva contundente no existe, por lo que no es difícil predecir qué futuro nos espera.

En nuestros tiempos, aún en Europa, ya no basta apelar al derecho constitucional de las minorías a su existencia segura y libre. Ese derecho se gana día a día con el trabajo honesto, sincero y desprendido que se hace en aras del bien común y con el reconocimiento social que de ello se deriva.
Sospecho que si las comunidades judías van a funcionar internamente con criterios éticos más exigentes, y si van a tener como dirigentes y voceros visibles a personas prestigiadas y valoradas por los correligionarios y por la comunidad nacional, les irá mucho mejor. La solidaridad con los judíos y la defensa de su integridad frente a ataques del gobierno o minorías antisemitas será mucho más contundente, si la comunidad nacional siente que esos ataques le incumben. De lo contrario, se mostrará indiferente y distante como quien dice “a mí que me importa” ó “merecido se lo tenían”.

Después de haber recorrido la mayoría de las comunidades judías de América Latina y haber escuchado a los rabinos, “dirigentes” y “dirigidos”, tengo claro que hay una enorme frustración en las comunidades en relación a sus liderazgos. Pero además, que gran parte de ello se debe a que muchos de los personajes más reputados se distancian o rechazan de plano el activismo comunitario, por frustraciones acumuladas en el pasado, desinterés, egoísmo, o por un fuerte pesimismo sobre las posibilidades de cambiar las cosas. Consideran que su bienestar es un patrimonio personal y que no tienen ninguna responsabilidad de compartirlo con los demás, a contrapelo de las máximas judías que riegan nuestras fuentes y que hablan de la obligación de los que tienen más (talento, dinero, conocimiento, bienestar social) de dar de sí a los que lo requieren.

En esa perspectiva, si los judíos más capaces, influyentes, reconocidos y prestigiados en los ámbitos intelectuales, profesionales y empresariales no aparecen en los directorios comunitarios, lo que ocurrirá es que dejarán la cancha libre a los menos dotados, cuya gestión e imagen pública no generará mayor beneficio.
Basta comparar las dirigencias judías de la región de hoy con las de hace 20 ó 40 años. Reconociendo algunas excepciones, hay una enorme diferencia desfavorable, ¿verdad?. Si hacemos empíricamente una proyección lineal hacia el futuro, no es difícil imaginar cómo estarán nuestras comunidades en los próximos 10 años. Solo que para entonces, más allá de las lamentaciones, no habrá lugar para rectificaciones.