Algo que siempre me ha inquietado es la actitud de pedir que el colegio estimule y valore en los alumnos aquello que no harían ellos como padres con sus hijos. Por ejemplo, calificarlos con notas “mi hijo tiene 18 en conducta”, “mi hijo tiene 12 en desempeño en casa”, “mi hijo tiene 13 en comunicación con sus padres” y por otro lado, “el desempeño de mis hijos,  ordenados por méritos, es primero Vilma, segundo Luis Miguel y tercera Diana.

Por otro lado, dado que Vilma tiene mejores notas como hija que Diana, estoy seguro que Vilma tendrá más bienestar en la vida y le irá mejor que a Diana.

¿Tiene sentido? Qué valor tiene el hecho que Vilma se esfuerza tanto que tiene gastritis, o Luis Miguel está deprimido porque siente que su vida no tiene norte, o que Diana goza de prestigio entre sus pares porque es una excelente amiga, que escucha y aconseja; no le importan mucho las notas escolares, pero es muy empática y tiene una alta tolerancia a la frustración, ya que siempre que tiene un problema lo enfrenta y tira para adelante.

¿Por qué se espera que los colegios presten atención más a las notas y desempeños “de acuerdo al estándar” que se pueden medir y tabular, cuando todo indica que, por ejemplo,  la salud mental, la empatía y la resiliencia son los mejores predictores del éxito en la vida?

Durante generaciones, las escuelas han funcionado como fortalezas del saber tradicional, priorizando la memorización y la conformidad. Pero ya hay suficiente investigación científica que revela la importancia de capacidades como la resiliencia y la empatía en el desarrollo integral de un individuo y el éxito en la vida. Está clarísimo que las emociones y habilidades blandas juegan un papel fundamental en el proceso de aprendizaje y en el desempeño social.

Un estudio de la Universidad de Stanford encontró que las habilidades socioemocionales, como la empatía y la resiliencia, tienen una correlación directa con el bienestar y el éxito a largo plazo de los estudiantes, incluso más que sus habilidades cognitivas tradicionalmente medidas. Angela Duckworth, autora de «Grit: The Power of Passion and Perseverance», también argumenta que la perseverancia y la pasión por los objetivos a largo plazo son indicadores más potentes de éxito que el talento o la inteligencia por sí solos.

¿Es posible que el colegio del 2024 tenga un imaginario del éxito del alumnado similar al de 1950 y que desconozca que en el tiempo la investigación ha evidenciado que los mejores predictores del éxito del egresado no son la inteligencia y desempeño en los exámenes sino su carácter, personalidad y habilidades blandas? ¿Y que no hay mucha correlación entre “ser buen alumno” según los criterios escolares y “tener éxito profesional, bienestar y estabilidad familiar” en las décadas siguientes?

Sin embargo, la presión de los padres por las evaluaciones cuantitativas, los currículos sobrecargados, la comparación de notas, y por otro lado la formación de los docentes para que se alineen con esos parámetros, son obstáculos palpables para romper con paradigmas y tradiciones educativas arraigadas.

Habría una enorme diferencia en la formación escolar si los padres en lugar de esperar y exigir de los colegios limitarse a “enseñar y evaluar lo enseñado” enfatizando contenidos memorísticos con notas y prescindiendo del bienestar presente y futuro de los alumnos, le dieran mucho más peso a la resiliencia, empatía, responsabilidad y cultivo de habilidades blandas que son aquellos componentes que serán decisivos para el éxito en la vida de sus hijos. Y si sus hijos son muy sólidos en estos rubros, no serán su nivel de inteligencia o sus notas las que definan su éxito. Miren a su alrededor, a sus pares, a sus conocidos, y verán que lo que les decían que era lo más importante en el colegio no tuvo el carácter definitorio de lo que termina siendo importante para su recorrido por la vida.

Yo personalmente prefiero que un tutor me diga “tu hijo es una muy buena persona, responsable, resiliente, empático” a que me diga “tu hijo tiene AD en matemáticas y es el 1er alumno de su promoción”. Pero sé que hay muchos al otro lado de la vereda. En todo caso, aspiro a que piensen si no vale la pena hacer una revisión.

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