Una mala educación forma esclavos que estarán al servicio de los bien educados. Esto surge de lo que ya sostenía hace dos siglos Frederick Douglas, ex esclavo negro, consejero y amigo personal de Abraham Lincoln. El gustaba comentar que su amo blanco siempre increpaba a su esposa diciéndole que si enseñaba a leer al niño negro lo incapacitaría para seguir siendo esclavo. Desde ese momento Frederick Douglas comprendió que la lectura era el camino para dejar de ser siervo, llegando a ser el gran libertador de su raza. (En “Leer es Amar” Danilo Sánchez Lihón, 2001, pag 15). A juzgar por nuestra realidad, en el Perú también formamos niños para que sean esclavos de los mejor educados.
Un reciente estudio de Pedro Orihuela, experimentado estadístico del Ministerio de Educación muestra que de cada 1,000 alumnos que ingresaron al colegio en el año 1990, se estima que apenas habrán egresado 128 del 5to año de secundaria a fines del año 2001, lo que significa que 872 de cada 1,000 han sido incapaces de terminar el colegio en los 11 años de primaria y secundaria. Una verdadera tragedia nacional.
¿Quiénes son mayoritariamente los alumnos exitosos? Los que proceden de colegios privados serios y los alumnos más dedicados de los sectores pobres que con mucha perseverancia y apoyo familiar logran aprobar los grados. ¿Dónde se concentran los alumnos que fracasan? En los sectores más pobres del país, tanto urbanos como especialmente marginales y rurales.
¿Qué significa todo esto? Que quien procede de un hogar solvente tiene todo a su favor para tener éxito, mientras que quien procede de un hogar humilde tiene todo en su contra. Al extender esta realidad al nivel universitario y luego al mercado laboral, queda claro quiénes serán los empleadores, los ejecutivos, los altos funcionarios, y quiénes serán sus subordinados en toda la jerarquía laboral.
¿A qué se debe esto? A muchos factores socio económicos, culturales, políticos, etc. pero en especial uno de ellos que creo que integra los efectos de muchos de los otros. Sostengo que la escuela pública peruana trata a los niños pobres como si todos fueran de clase media; asume que tienen una adecuada estimulación temprana, alimentación, salud; buen desarrollo neurológico, sensorial y motriz; suficientes horas de sueño y tiempo libre para estudiar y hacer tareas; apoyo de los padres para el trabajo escolar, etc. Obviamente como esto no es cierto, el niño pobre desde los primeros grados está “fuera de foco” respecto a las exigencias escolares.
De todos esos factores, uno es decisivo. Es la falta de bagaje cultural moderno en castellano con el que llega un niño pobre a la escuela, cuando es hijo de padres con un bajo nivel educativo y/o que no son hispanohablantes, comparado con un niño de clase media o alta cuyos padres alcanzaron la educación superior urbana.
Los investigadores norteamericanos Hart y Risley (“Meaningful Differences”, 1981) proporcionan datos muy contundentes sobre estas diferencias, a partir de grabaciones mensuales de los diálogos entre padres e hijos durante sus primeros 4 años de vida, tanto en familias de profesionales postgraduados, empleados medios como de obreros pobres. Encontraron que a los 3 años sus hijos dominaban 1.100, 750 y 500 palabras diferentes respectivamente. También encontraron que los padres habían usado 2.500, 1.300 y 600 palabras diferentes respectivamente.
Sabiendo que todos los aprendizajes escolares se fundamentan en el dominio del lenguaje el que a su vez se basa en la amplitud del vocabulario o repertorio lingüístico que domina un niño ¿Qué significa eso? Que los niños pobres fracasan porque no están en capacidad de entender el lenguaje de sus profesores, ni el de las consignas o los textos escritos. Tienen que entender palabras que nunca escucharon o usaron, las que les suenan como si les hablaran en chino. Así, si un niño no logra subrayar ciertas palabras, ubicar su nariz o rodilla, o aparear ciertos números, no es porque sea incapaz de hacerlo sino por su dificultad de entender las consignas.
Si queremos cerrar esta brecha del fracaso escolar asociada a las diferencias culturales de origen, debemos abordar directamente las carencias verbales de los niños de 0 a 4 años mediante la reformulación de los quehaceres de los wawa wasis y centros de estimulación inicial, el diseño de programas radiales y televisivos especialmente dirigidos a este objetivo, la masificación de bibliotecas infantiles que les den acceso a libros, etc. De lo contrario, lo único que estaremos garantizando es la continuación de la formación de una estructura de clases inamovible.