La palabra “Globalización” se ha vuelto tan popular como “pobreza” o “desempleo”. Todos la usan, pero para cada le da un significado o formula su impacto de manera diferente. Para el primer mundo es un hecho en función del cual se organizan sus economías y burocracias. Para algunos sectores del tercer mundo es aún una entidad contra la cual pretenden luchar pensando que la pueden detener o derrotar. Recuerdo particularmente el discurso radical anti-globalización de un maestro de escuela al que solo atiné a señalarle que estaba usando un reloj y anteojos chinos, zapatos brasileros, lapicero francés, pantalón chileno, micrófono japonés, que en la sala se vendían libros de pedagogía mexicanos y españoles y el refrigerio consistiría en una pizza con Coca Cola. Así las cosas, el debate sobre si globalizarnos o no aún ocupará espacio en los medios latinoamericanos, por lo que valdría la pena aportar algunos apuntes para su comprensión.
Hay quienes piensan que la globalización es un fenómeno reciente, de los últimos 20 años, asociado principalmente a Internet, high-tech y la internacionalización de los capitales. Sin embargo, el mundo está globalizado al menos desde el siglo XVI, principalmente desde que Europa descubrió América. También hay quienes asumen erradamente que para adaptarse a la globalización hay a que aceptar la homogenización cultural de las sociedades modernas, cosa que tampoco es cierto, como lo muestran las diferencias entre EE.UU., India, Japón o China. (S.N.Eisenstadt “Reactions to Globalization, 2003)
Desde el siglo XVI cada vez más partes del mundo han quedado interconectadas de tal modo que lo que ocurre en un lado del planeta influye en los otros. El asentamiento de europeos en América fue una de las primeras manifestaciones de la globalización, que definió nuevos sistemas internacionales de relaciones políticas, económicas y culturales.
De este modo se abrió una nueva cancha de juego para la expansión del capitalismo comercial que vino aparejado con nuevos campos de acción ideológicos, culturales y religiosos, particularmente vinculados a las disputas entre poderes, por ejemplo el inglés y el español, o el católico con el protestante.
La segunda etapa de la globalización vino con las grandes revoluciones americana y francesa. Los nuevos estados naciones se impusieron sobre los viejos imperios envueltos no solamente en confrontaciones ideológicas sino geopolíticas, interconectados todos ellos con la expansión del capitalismo industrial, económico y muchas veces colonial. La tercera etapa de la globalización vino luego de la primera y especialmente la segunda guerra mundial, con la guerra fría entre capitalismo y comunismo, que no se limitó a dos países sino a dos bloques globalizados.
Una de las reacciones frente a la globalización ha sido la rebelión contra las demandas universalistas de las potencias hegemónicas por parte de aquellos grupos que aspiran a mantener su identidad cultural diferenciada. De esto derivó el fenómeno del fundamentalismo, cuya primera expresión fue la del conservadurismo norteamericano como reacción frente a los retos de la modernidad, y que se ha visto fortalecido nuevamente durante el gobierno de Bush. También el fundamentalismo islámico demandaba la imposición de su propio universalismo nacido de su tradición que no se considera menos válida que la occidental. Quizá la diferencia principal entre los países islámicos del Medio Oriente y los de Occidente o más recientemente Asia es que estos últimos –India, China, Japón-, pasaron por guerras y revoluciones que fueron definiendo sus identidades nacionales, mientras que los países del Medio Oriente fueron creados en su mayoría en la mesa de negociaciones mediante pactos entre las grandes potencias, por lo que la confrontación contra occidente tiene un soporte previo al de la confrontación cultural y religiosa propiamente dicha.
En general el fundamentalismo se ha desarrollado en civilizaciones monoteístas -islámicas, cristianas o judías- en las que el sistema político ha sido percibido como la arena principal de implementación de las visiones utópicas trascendentales, inclusive en épocas más modernas, en la que dicha visión ha sido modelada en términos más seculares. Por eso es que en los países islámicos ha habido una frecuente oscilación entre un pluralismo pragmático y una utopía totalitaria extrema. En cambio en los países budistas como India, China o Japón el orden político no fue concebido como el escenario de conflicto de las visiones trascendentales.
De allí que para entender la globalización de hoy y mañana haya que conocer sus etapas previas y comprender cómo es que las distintas sociedades interactúan con la globalización y permitiendo con ello una continua reinterpretación y reconstrucción del programa cultural de la modernidad que incluye la construcción de múltiples modernidades sin hegemonías. Eso permitirá a varios grupos y movimientos reapropiarse de la modernidad y redefinir su curso en base a sus propios nuevos términos.